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León

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La Universidad de León oferta un curso de verano para enseñar a bailar el tango; se agradece, pues aquí hay mucho lamento que exorcizar. Y también se agradecerían unas clases de chachachá, que nos levantasen el ánimo en vez de terminar de noquearlo. Como es sabido, las alegrías pueden ser tanto individuales como colectivas. Cuando Julio Iglesias reveló que se había acostado con más de 3.000 mujeres distintas nadie salió a la calle a gritar: «soy español, español, español»; sus goles fueron suyos y nada más que suyos; bueno, quizá también de las interesadas. En cambio, la Selección Española consiguió el pasado domingo que su éxito fuese júbilo de todos. Vamos, que no vivimos un noche de tango. Y hasta muchos mineros se dieron un respiro en sus preocupaciones; y no un respiro de olvido, sino de esperanza.

Mientras veía el partido, rememoré un suceso que me ocurrió días atrás en Quintanilla de Losada. Tuve allí un pequeño pero aparatoso percance con el coche y enseguida fueron apareciendo vecinos, que sin pedírselo me solucionaron el problema, diluyéndose después, antes casi de que pudiese darles las gracias. Luego, en Robledo, coincidí con uno de ellos, quien me dijo, quizá adivinando por la expresión de mi cara que aún seguía sorprendido por el desinteresado socorro: «En los pueblos nos ayudamos. Una vez una maestra dijo, me han destinado al fin del mundo, y la dije: que yo sepa aquí hay mundo a la derecha, a la izquierda, por delante y por detrás». Y el domingo, mientras veía el partido de la Selección me imaginé la satisfacción de aquellas buenas gentes, con su sabiduría altruista, representativa de valores locales, pero a la vez que universales. La victoria roja fue colectiva.

No confundamos masa con pueblo; la primera es siempre anónima y manejable, el segundo tiene rostro, nombre, sea en un valle o en un núcleo urbano. El pueblo siempre es persona, y necesita soluciones humanas a sus problemas. La crisis nos ha sacado a bailar un mal tango, el que ella quiere, y luego nos pisa. Por ello, sólo actuando generosamente al unísono, fuera de la masificación, pero también del individualismo, estando abiertos a las nobles emociones colectivas, podremos salir de esta. Y saldremos.

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