TRIBUNA
La economía moral
La economía moral es un concepto manejado en las ciencias sociales y que fue utilizado por primera vez por el historiador Edgar Thompson en 1971 para explicar los disturbios de subsistencia ocurridos en la Inglaterra del siglo XVIII, donde ante una escasez de grano los comerciantes aumentaron los precios con el único objetivo de no ver reducido su beneficio. Estos disturbios provocados por la insensibilidad de los vendedores han pasado a la posteridad no como una reacción ante el hambre si no ante la violación de un conjunto de principios socialmente justos que debían guiar a la comunidad ¿era justo que un hombre obtuviera beneficios de las necesidades básicas de los otros?
La sociedad inglesa había evolucionado acostumbrada a un conjunto de normas sociales que, a pesar de no ser ideales, permitían vivir con un poco de dignidad y eran humanamente tolerables para los pobres. No se presenta la visión de estos acontecimientos como que el orden social del siglo XVIII era un orden moralmente justo, sino que se trataba de un orden social que tenía un código moral particularmente inherente, para bien o para mal. El uso del término de economía moral se ha generalizado para explicar los comportamientos económicos que se definen a partir de principios morales o tradiciones culturales, en general bastante diferentes a los que defiende la ciencia económica.
La economía moral se visualiza perfectamente en las pequeñas comunidades, en este marco los individuos no basan sus transacciones comerciales en operaciones anónimas de compra y venta, sino que ponen en juego su reputación, su estatus social y su credibilidad, respetando unos principios autoconcedidos de reciprocidad y solidaridad. Su no observancia llevaría a la deshonra pública. Un buen ejemplo de economía moral lo tenemos en los concejos leoneses tradicionales, modelos de organización política, económica y social. Los antropólogos han generalizado la noción de economía moral para dar cuenta de todo tipo de comportamientos económicos que no se corresponden con el criterio de la pura individualidad. Por ejemplo, se ha usado para explicar las estrategias de cultivo en numerosas sociedades campesinas, donde los individuos se dedican a asegurarse la subsistencia, pero no a aumentar la producción, vender e invertir.
Con el paso del tiempo, la economía moral de estas pequeñas comunidades perdió sus fundamentos debido a la transformación del sistema de pequeñas economías locales al sistema económico nacional. No es difícil ver la relevancia del análisis de Thompson para entender la gran transformación que estamos viviendo hoy en día, ya que las economías nacionales están cediendo ante las siempre mayores medidas de poder de un sistema global de comercio y de inversión que se hace cada vez más fuerte.
Aunque originalmente se circunscribió el estudio de la economía moral a las sociedades tradicionales, estos comportamientos económicos mediados por valores morales también se pueden observar en sociedades urbanas contemporáneas, en las cuales una persona puede preferir comprar en un comercio y no en otro por criterios, por ejemplo, como el de vecindad, solidaridad, amistad o parentesco, independientemente de la calidad y precios de los productos. En los estudios de antropología económica se entiende la economía moral como la interacción entre las costumbres culturales y la actividad económica y se describe cómo la tradición y el juicio social fuerzan a los actores económicos de una sociedad a no buscar el beneficio como única meta.
Según la economía moral toda ley o toda regla económica que esté en desacuerdo con la ley moral, llega a ser extraña a la verdadera economía y debe ser enérgicamente reprobada, como lo serían las prácticas de robar, de falsificar documentos y de practicar la usura. Podemos observar también manifestaciones de estas normas morales en la prohibición cristiana y musulmana de la usura, que serían unos límites impuestos por la religión a las prácticas comerciales. En el lado contrario se ha denunciado por gran número de economistas la alianza de la economía con la moral defendiendo que las ciencias no son morales ni inmorales, porque no obran; hacen constar y explican. No se debe, pues, permitir mezclar la ética con la ciencia económica.
Actualmente la desaparición de cualquier principio ético en las relaciones económicas la podemos vislumbrar en dos niveles, en la corrupción económica y política que nos rodea y en el rápido progreso de la globalización económica.
La corrupción económica y política es la más cercana. La sociedad española asiste atónita, no a una relajación de cierta ética o moralidad en las prácticas económicas, si no a una total desaparición de cualquier principio. Diariamente vemos cómo gente confiada es estafada con información falsa en las mismas oficinas bancarias de su barrio, vemos cómo directivos bancarios caracterizados por su ineficacia, adicción al pelotazo y apoyo político son premiados por su nefasta gestión con millonarias indemnizaciones en su despido, vemos cómo gran número de políticos inútiles o megalómanos arruinan sus pueblos y ciudades y cuyo reproche o deshonra pública es nula, vemos cómo los grandes especuladores financieros no tienen ningún empacho en arruinar países y sus gentes si con ello consiguen suculentos beneficios. Políticos corruptos, banqueros avariciosos y grandes especuladores tramposos han roto con cualquier principio ético y, como todos sabemos, su reprobación social no es contundente, en muchas ocasiones, ni siquiera aparente.
En otro aspecto, percibido como lejano, pero que cada día respira sobre nosotros es la globalización económica que ha roto cualquier interacción personal en las relaciones comerciales por lo que es el caldo idóneo para la desaparición de cualquier norma ética en su desarrollo. Si no consideramos en las relaciones de intercambio más que el progreso material escueto los ciudadanos nos convertiremos en meros productores de valores económicos pero, en ese caso, ¿qué serían las sociedades?, unos meros complejos fabriles de donde se excluirían las relaciones sociales eliminando lo que tienen de más humano y más noble.
Hace unos cuarenta años en Conversación en la Catedral , Mario Vargas Llosa se cuestionaba a través de su personaje novelesco, Santiago Zavala; ¿en qué momento se jodió el Perú? Desde hace un tiempo creo que nos hacemos una pregunta parecida y referida a España. Hoy queremos hacer la misma reflexión pero adaptada a una economía globalizada: ¿En qué momento se jodió la economía? Probablemente cuando se adaptó la globalización como modelo para que los países comercialmente poderosos ampliasen su mercado y arrollasen a otros modelos económicos locales moralmente más justos para los países que los habían desarrollado y los tenían adoptados.