LA LIEBRE
Buena hierba
Julio mete la hierba por el boquero del pajar. Mes de paca sobre alpaca a lo alto del remolque del tractor. Soba continua con sombrero de paja para que no pegue la retestera sobre la nuca. Siesta sudada en el escaño. Una mañana de madrugones para salvar el primer calor. Una tarde inmensa que se pega con la puesta del sol mientras las fincas quedan como la cabeza de un recluta: mondas de ese bocado lacio que prendió con las rudezas de marzo, se hizo tallo pinado en las lluvias espléndidas de abril y se tendió al Lorenzo de junio con holgazanería. Listo el calendario para el paso de la guadaña o la tejera, para la forca o la empacadora, para la paciente labor del rastrillo, entregado a su metódica retahíla de devolver al surco la gavilla que no entró en la primera vuelta. Brincan los saltamontes y se alista al ramoneo el ejército de zancudas que controla la selección natural de los topillos. Con este corte quedará una otoñado de rumia dulce.
Viene el carro colmado de la hierba que servirá de sustento cuando llegue diciembre con sus filos blancos asomados por los riscos. Una fiesta a la que se trepan los rapaces para hacer espadaña de sus risas en lo alto del remolque.
La comunión en la que participa la familia: el hijo que vuelve de estudiar, el hermano que ha pedido unos días de vacaciones, los primos que dejaron arreglado aquello para hacer un hueco y poder echar una mano, que siempre son pocas. Un rito que tiene que ver con la sangre, en el que cada uno encuentra su sitio en la escala de la madurez.
Del rastrillo al sillón del tractor, de la finca a la parte alta del remolque en la que se colocan las alpacas con cuidado tabiquero, de la calle al interior del pajar en el que la hierba duerme mimosa su sueño de primaveras en las que no escasee el pasto nunca.
Y el pequeño que se pone bravo arriba de la tenada para que no se rían los mayores, para que vean que ya es mozo, para retar a la madre a la que se oye gritar desde la puerta de la cuadra que tengan cuidado, que ahí dentro se va a ahogar el niño con tanto polvo, que todavía no tiene edad, que parece que están tontos… Padre, dígales algo.
Ese julio que ahora se atardece sobre las fincas agostadas, en las que sólo unos pocos resisten agarrados a la tierra. Ese abandono de dejarlo todo pa’ prao que nos va a meter el monte en casa...