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J.J. Lanero. Profesor de la Universidad de León
León

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El pasado 2 julio, con motivo de la inauguración de los cursos de verano de nuestra Universidad pronuncié una conferencia sobre el Codex Calixtinus , ajeno a que al día siguiente apresarían a su ladrón y a que dos días más tarde se iba a recuperar el original. Merece la pena que, al margen de la historia de detectives que su recuperación implica, nos centremos en su contenido.

La recopilación de los textos recogidos en el manuscrito se ha denominado Codex Calixtinus o Liber Sancti Jacobi o Jacobus . La acepción Codex Calixtinus se debe al Papa Calixto II (1119-24). Su nombre aparece como autor putativo de varias partes de los textos. No obstante, esta atribución al Papa Calixto se descarta desde el siglo XVI. El primer manuscrito que se conserva de la recopilación acaba de regresar al Archivo de la Catedral de Santiago de Compostela. Dispone de cinco libros seguidos por un apéndice. El Libro V, precisamente el que ha hecho famoso al manuscrito, es la Guía del Peregrino, que podemos fechar en los primeros años de la década de 1140.

La Guía del Peregrino se compone de 11 capítulos que se relacionan al principio. Cada uno se ocupa de un tipo distinto de información. El capítulo I lo constituye un bosquejo de los caminos a Compostela desde Francia. El capítulo II relaciona, día a día, el itinerario a través de España. Las distancias recorridas indican que el escritor viajó a caballo y entendía que el lector haría lo mismo. El recital de ciudades españolas, en el capítulo III, en ocasiones está salpicado de comentarios sobre naturaleza y calidad de los aprovisionamientos locales, rasgos arquitectónicos y costumbres del lugar y de la peregrinación. En las últimas palabras de ese capítulo III el autor justifica su relación de ciudades para facilitar que los peregrinos cuantifiquen sus gastos necesarios, lo que indica que, al menos algunas partes de la Guía, estaban ideadas para que se leyeran en voz alta antes de que los peregrinos iniciaran el viaje.

El capítulo IV coloca la peregrinación a Compostela en el contexto de otras peregrinaciones de la Edad Media, Roma y Jerusalén. El capítulo V relaciona los individuos que «repararon el camino del Señor Santiago» y certifica que el autor tuvo acceso a alguna información sobre la historia local. El agua potable segura y dudosa se trata en el capítulo VI y, aunque la contaminación del agua en la Edad Media no sólo ocurría en España, ésta es la única mención que se hace en todo el contexto de la Guía del Peregrino. Los detalles de los capítulos VII y VIII nos confirman que el propio escritor había hecho el camino por la ruta de París. Y, aunque nos da información de los cuatro itinerarios que cruzan Francia, y no sólo del que él mismo hizo, todos los comentarios anecdóticos, como es lógico, se refieren a los lugares que se encuentran en la ruta que él siguió. En el capítulo VII se evidencia con claridad la nacionalidad francesa del escritor. En ese capítulo VII, el autor se centra en los antecedentes literarios, desde la antigüedad, para sus comentarios étnicos. Sus peores pullas las reserva para vascos y navarros, entre los que no hace distingos. A pesar de todo, parece que el autor estaba interesado en el euskera, pues incluye en la guía una transcripción y una traducción de varias palabras vascas, lo que constituye uno de los textos más antiguos que se conserva de esta lengua.

El capítulo VIII está dedicado a «los cuerpos de los santos que descansan a lo largo del camino a Santiago y que todo peregrino debería visitar». En la guía la disposición es más geográfica que cronológica, es decir: el escritor cita los templos donde reposan los santos en la secuencia en la que el viajero los encontraría en cada una de las rutas a Compostela. De España sólo cita monumentos de Sahagún, León y Santiago, lo que nos sorprende si lo comparamos con la nutrida relación de ciudades españolas en los capítulos III y IV.

La catedral de Santiago es, con diferencia, el monumento descrito con más detalle, y que ocupa la mayor parte del capítulo IX. Para los historiadores del arte y de la arquitectura es la parte principal del texto. En el capítulo IX se encuentra la única referencia en la guía al equipamiento del peregrino: cantimploras de vino, sandalias, monederos, correas, cintos, hierbas medicinales y especias. Todo lo relacionado en la lista de provisiones disponibles en las tiendas es lo más similar a un inventario de almacén: repuestos para el calzado gastado, alforjas, mochilas, cintos, riendas y cinchas, remedios para las quemaduras del sol, para las ampollas, para las picaduras de insectos y contra la comida envenenada. Y esta es también la primera vez en que aparecen las conchas de vieira, «la insignia del Bendito Santiago», que se venden a los peregrinos. No está claro en qué momento la concha de vieira se convirtió en el símbolo de los peregrinos a Santiago, aunque como tal se menciona por vez primera en la guía y en otras partes de la recopilación. En párrafos posteriores se nos presenta una información valiosa sobre nueve torres que se pensaban construir para la catedral de Santiago, aunque nunca se hicieron.

Los capítulos X y XI de la guía tratan, respectivamente, de cánones y canónigos de la catedral del Santiago y de la recepción que debe ofrecerse a los peregrinos compostelanos. Este capítulo final, sobre la recepción de los peregrinos, da la sensación de ser un añadido de última hora. Sin embargo, es un broche apropiado, pues se centra, una vez más, en el peregrino, retrotrayéndonos al tema de la peregrinación con el que comienza el texto.

A pesar de que en la Edad Media viajar era tortuoso, miles y miles de devotos cristianos peregrinaron a Jerusalén, a Roma y a Compostela. La peregrinación influyó en todos los aspectos de la vida medieval: religión, piedad, economía, legislación, política, arte, arquitectura, música, literatura y ámbito familiar y social. La peregrinación afectó no sólo a quienes se pusieron en camino. También a los que les aguardaban en sus casas, a veces en vano. La vida de los que habitaban a lo largo del camino también cambió; el paso regular de viajeros les traía dinero y noticias.

El texto del Codex Calixtinus no es la obra de un gran intelectual o teólogo; tampoco lo es de un renovador del mundo. Es la obra de un hombre, Aimery Picaud (Aymericus Picaudus), con cierta educación que pudo permitirse viajar a caballo y que nos legó una narración extraordinaria de los lugares en los que estuvo, lo que vio y aprendió.

Lo mismo que cada época reinterpreta la historia según su mundo, cada lector interpreta un texto a la luz de su experiencia personal. Al leer el Codex «sin vacilación y sin escrúpulos», según nos recomienda el autor, encontraremos nuestra propia verdad en el texto; esa que tenue palpita en el horizonte y al acercarnos parece que se nos escapa. Ahí tenemos el sentido de la peregrinación plasmado, hace ocho siglos, en un texto felizmente recuperado.