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LA QUINTA ESQUINA

Leopoldo Panero a dos metros de la nieve

Publicado por
jesús a. courel
León

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Cuando Carnicer vagaba por la Cabrera a la búsqueda del otro, cual antropólogo inocente por las tierras sureñas de León, moría en Castrillo de las Piedras (Valderrey) el poeta astorgano Leopoldo Panero, que señalaba el dolor como lo mejor de su vida. En su escritorio quedaban los últimos versos, naturales y espontáneos, garabateados la noche anterior con «errantes sílabas de niño», como a él le gustaba entender la poesía. Era el verano del 62, «cuando la tarde vibra al fondo de frescura y brota de la tierra un olor suave». A Panero le tocó vivir una época gris, que en parte mitigó la atmósfera rural que siempre describe en sus poemas, con esa esperanza cotidiana «del hombre que amasa el pan con el sudor de su frente y hace de adobes su casa». No fue el último poeta del campo maragato, como lo fue Esenin para los campesinos rusos, pero en Castrillo y Nistal descansó para él el peso del mundo, «siempre solos, siempre en vela, esperando»…

En estos meses estivales Panero cumplirá cincuenta años como residente en el cementerio de Astorga, al que acudió «acribillado por los besos de sus hijos» y esperando con incertidumbre la resurrección de la carne. Si para Jorge Guillén fue el mejor de los poetas de la posguerra española, con una obra intimista donde latía el rumor de la muerte, en la actualidad pocos lo recuerdan y su senda del viento se perdió entre el vocerío de las ciudades, cada vez más intenso y mas lejos de la nieve.

No soy partidario de las conmemoraciones, pero tampoco del olvido. El recuerdo es esencial para la formación de conciencias libres, incluso desde los versos de este poeta cuya melancolía era infinita y que desconocía, aunque la vivía con intensidad, de donde brotaba su tristeza. Panero fue un poeta de soledades, de esa que tanto ofrece la espléndida tierra maragata «del campo silencioso y polvoriento». Nos habló del olor de la nieve, del vuelo de la nube sin orilla, del susurro fragante del estío, de la tierra caliente y amarilla o del verdor de la encina sosegada. Imágenes rurales cargadas de melancolía, donde abundan penumbras, tristeza, dolor o muerte, como en los versos del portugués Antonio Nobre, cuyo único libro de poemas lleva el calificativo del más triste de Portugal.

Se anuncian homenajes para recordar a Leopoldo Panero Torbado, pero sus versos yacen abandonados, como los pueblos de Maragatería (como todos los pueblos del universo), porque al poeta le dejaron sin memoria los fracasados tiempos de las megalópolis. Espero que tu espíritu descanse en paz sobre el dolor vivido, como siempre quisiste, «a dos metros de la nieve»… Había que hacer algo.

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