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León

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Ahora que ya sabemos lo que cuesta una resonancia magnética, un electro, una radiografía, tenemos un criterio mínimo para decidir la próxima vez que se nos consulte en qué queremos gastar los impuestos; o en ingresarle quinientos euros a la semana a un director general de los que engrosan la nómina de las ocho decenas de bien pagados que nutren la estructura de privilegiados de la Junta en Valladolid o en pagar los doscientos y pico que cotiza una ecografía que se precie (según tasa que figura en la publicidad de las empresas privadas que han visto el negocio floreciente de la sanidad privada en vista de que el erario público no tiene ya ni para aspirinas). Es evidente que a los leoneses no nos tiene que venir a decir Angela Merkel que el estado de las autonomías era más malo que la cobertura de Movistar en la provincia.

Algo bueno tenía que traernos esta crisis sobrevenida que nos ha hecho pasar de nuevos ricos a pobres de siempre, que nos ha devuelto a la cruda realidad de la necesidad y el mendrugo de pan que por costumbre acompañó a las generaciones de esta tierra. Ya sabemos lo que cuesta un político; y sabemos lo que cuesta la atención sanitaria. Reponerse de un infarto en el hospital, limpieza de sábanas incluida, y enfermera de noche; o los vicios de los representantes del pueblo llano a los que pagamos (pásmense) el Ipad y el teléfono móvil, por no hablar del mareante precio del billete del Alvia clase preferente, o un paseo por Bruselas. O el chófer que cobra una pasta por llevar el coche oficial, que tampoco fue matriculado en un concesionario oficial al norte del Esla.

Hemos entrado en una espiral en la que se nos está poniendo cara de argentinos con el corralito en los talones. En la calle está ya la amplia mayoría que nunca protestaba por nada. León es un parque temático de la algarada, en la que se cruzan por la acera mineros que tienen por ministro al mismo tipo que gobierna Paradores; los empleados públicos que hasta ayer eran clase superior porque cobraban la nómina en el Pisuerga; clases medias acojonadas porque ya saben que lo que pasó en Buenos Aires no fue un anuncio; gente humilde a la que los directores de las cajas les birlaron los ahorros de toda un vida con ese cubilete de las preferentes. Entre tanto ajetreo es hasta entendible que alguien llegue a confundir al alcalde de León con el consejero de la Minería y del Twyzy y vaya a pedir cuentas a Gutiérrez, como que fuera Villanueva.