AL TRASLUZ
Viejos tiros
En el escaparate de una de las mejores librerías de León se exponen a la venta dos novelas de Lafuente Estefanía. «Qué raro ver aquí…», me dije, «a la vieja y subestimada literatura de quiosco…». Pero, realmente, y dado el espíritu de los tiempos, ¿es tan raro? Los títulos tienen su actualidad: La hora de las hogueras , Los visitantes de la madrugada … Sin embargo, si la violencia me interesa en la ficción, no la acepto en la realidad cotidiana. No puedo compartir todas las formas de protesta empleadas por los mineros. No me gustan los encapuchados, del mismo modo que no me gustan quienes en la Red insultan bajo el antifaz del seudónimo; ni quienes disparan bazokas caseros o preparan artefactos explosivos; y, por supuesto, creo que la represión legal de una actividad violenta no puede llevarse a cabo con una violencia aún mayor, y tan peligrosa o más para la población como aquella que se intenta detener. También rechazo que me devore un capitalismo salvaje o que me reduzcan a estadística. Creo necesaria una revolución, pero humanista, de valores. Lo he escrito ya: Gandhi, Luther King y Mandela con su activismo no violento consiguieron lo que parecía imposible. Y la Madre Teresa. Y Ferrer.
¿Subvenciones o guerra? De haberla, ¿quién contra quién? Cuidado con las opciones que no llevan puesto el seguro. Y no tengo problemas con mi testosterona, soy autónomo. «Ya, ya, pero sin violencia, te pisotean y te olvidan en cuanto dejes de aparecer en los medios», se me argumentará. Pues hay que intentar que no sea así. En 1967, Cassius Clay, prefirió ir a la cárcel antes que ser obligado a participar en la guerra del Vietnam, pues hacerlo iba contra sus creencias religiosas; finalmente no fue encarcelado, pero se le despojó de todos sus títulos deportivos. En una democracia hay muchas formas de acción pacífica.
¿Violencia sin víctimas? ¿Y quién garantiza que no las haya? ¿Quién puede fijarle los límites a una explosión? Los viejos tiros de siempre han de seguir ahí, en las novelas baratas, con Mackenzie que nunca debió cruzar el Mississippi. Si hay que volver a la tele en blanco y negro se vuelve, pero nuestro pensamiento nunca puede ser monocolor, pues ni siquiera la crisis lo es.