EL RINCÓN
La desbandada
El gran Fernando Alonso se ha despegado de todos sus rivales, pero más mérito tiene el Gobierno español, que ha conseguido dejar atrás a todos sus amigos y partidarios. Incluso a sus simpatizantes, que ya no pueden tragarse el variado invento que supuso el hallazgo de la nueva farsa. Las autonomías, que alguien llamó para delatar a su resfriado ingenio «autonosuyas», quieren salirse del mapa. Van a necesitar préstamos por valor de más de 26.000 millones de euros para no incurrir en los implacables vencimientos de deuda. La falta de liquidez está haciendo que todos nos quedemos cuajados.
Fue bonito mientras duró. Se habilitaron suntuosos edificios y nombraron virreyes a algunos tarugos que proclamaban que su amor por la patria chica era muy superior al que sentían por la grande, que dejó de ser la de todos. Se identificó la diversidad, que es la gran musa del mundo, con la superioridad, y todo lo limítrofe pasó de ser un vecino a ser un tipo dejado de la mano de Dios, que se le había consentido que naciera más allá de su territorio. Nacieron, o mejor dicho, crecieron, los nacionalismos, pero como España es un país de distancias íntimas, hubo que inventar más naciones. En vano algunas personas sensatas, como Julio Caro Baroja o Josep Pla, se esforzaron por que los llamados «nacionalistas» no crearan el linaje, todavía más obtuso, de los «españolistas».
Para que cupiéramos se inventó el «café para todos», pero con muy mala leche y algunos se conformaron con que les tocara un cortado, un «sombra» o un «nube». Ahora que los camareros están desconcertados hay un barullo gordo en el mostrador, con gente que no quiere pagar o que pretende dejar para después la cuenta. O se reforma el sistema o nos quedamos todos sin Seguridad Social mientras continuamos hablando de las diversas juntas, de los ERE, de los sindicatos y de la madre que parió a todos los consejeros, que era muy prolífica.