FRONTERIZOS
La inquietud de los números sonoros
Bioy Casares mantuvo a lo largo de su vida una estrecha y cómplice amistad con Borges, que el primero reflejó en un minucioso diario de cientos de páginas en el que se recogen pormenorizadamente los frecuentes encuentros de ambos escritores. El martes, 13 de junio de 1967, Borges le regaló a Bioy esta contundente definición: «la música es una serie de inquietantes sonidos que inexplicablemente expresan estados emocionales que no se sabe qué mierda expresan».
La sinfonía de sonidos inquietantes arrasa este verano a un ritmo difícil de digerir y con un resultado que calcina nuestro más inmediato futuro como esos incendios homicidas que devoran y empobrecen nuestro entorno natural.
Estamos rodeados por el fuego que encendimos ayer para que hoy los mercaderes se enriquezcan con nuestra miseria. Estamos chamuscados por el fuego ante el que se muestran impotentes los bomberos a los que elegimos, convencidos de que conocían su oficio cuando no eran más que unos pobres aficionados, incapaces de poner en marcha los extintores.
Estamos asfixiados por el fuego de los tarados que ponen en riesgo la vida misma y que estos días han clavado su aguijón en el soto de Villar de los Barrios, uno de los milagros verdes que aún sobrevive a pocos kilómetros de Ciudad del Puente, entre caminos que han ido creando un paisaje con su punto justo de equilibrio entre civilización y naturaleza. El inquietante sonido de todos esos fuegos expresan un estado emocional de desesperación que, al contrario de la opinión de Borges, sabemos muy bien qué mierda expresan, aunque no tengamos claro dónde está la luz en la oscuridad de este laberinto.
Pero frente al jeroglífico de todos los fuegos, el verano ofrece en Ponferrada la alternativa de la aritmética secreta del sonido. Frente a la aridez implacable de los números contables, en la magnífica sala de conciertos que es la Bodega del Palacio del Castillo de los Templarios se abre la posibilidad de un baño en los números sonoros, a los que se refería Fray Luis con sabiduría antigua para hablar de la música.
A lo largo de todo el verano, el ciclo de conciertos bautizado desde hace cinco años como Corteza de Encina, ofrece la ocasión de presentarse en público a jóvenes instrumentistas bercianos integrados en diferentes formaciones de cámara, desde el dúo al quinteto, la camerata o el ensemble. Una espléndida ocasión para comprobar el resultado de décadas de inversión en la formación musical, que ha procurado una magnífica cosecha que probablemente aprovecharán aquellos que han concluido que siempre es más barato contratar que educar.
En la Bodega del Palacio se ofrece este verano la inquietud de los números sonoros: un menú para conjurar los fantasmas reales de los fuegos de verano.