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VICTORIA LAFORA
León

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España arde por los cuatro costados. Y no es una frase hecha, es la realidad. En la madrugada de este sábado un incendio en Ourense quemaba casas y bienes además del bosque.

Se reavivaba el fuego de la Gomera y en el Norte de Tenerife 300 vecinos de la localidad del Tanque tenían que ser desalojados al llegar las llamas a las puertas de sus casas. Valencia ha decretado el nivel de alerta máxima y todavía no se ha superado la tragedia del Ampurdan en que el fuego se llevo por delante cuatro vidas y destrozó diecisiete municipios. Donde antes había bosque ahora queda un paisaje lunar, desolador, sembrado de troncos fantasmales. Con las llamas se va la riqueza ambiental, la belleza del paisaje y avanza la desertizacion de un país que ha perdido una gran parte de su masa forestal. Los meteorólogos ya habían advertido que éste iba a ser una verano especialmente caluroso. Es, pese a los negacionistas, una de las consecuencias del cambio, climático. Se podría pensar, por tanto, que los incendios son una calamidad inevitable. Pero no es cierto. El monte se quema porque, ni siquiera en los tiempos en que éramos ricos, nadie se preocupó por mantenerlo, limpiarlo y podarlo. Se quema porque los recortes han acabado también con las cuadrillas de agentes con que contaban los municipios con masa arbolada. Se quema por la indiferencia general.

Las siguientes generaciones no solo van a vivir peor que sus padres, van a tener que pagar las deudas que estamos contrayendo y, además, les vamos a dejar una tierra quemada. Si de los 55.000 millones del dislate del Plan E de Zapatero se hubiera destinado una cantidad a mantener los bosques seguramente ahora no estaríamos lamentándonos. Pero, sin control ninguno se reasfaltaron las calles de miles de pueblos o se construyeron parques temáticos ahora desiertos.

No existe pues la calamidad, existe una gestión política nefasta. Y dado que ahora el dinero público es una quimera se podría proponer una fábula: ¿Qué ocurriría si a todos los expoliadores del patrimonio público se les obligara a devolver lo robado?, ¿Qué pasaría si a los políticos de los ERES, los de Gurtel, los de las cajas se les impusieran unas fianzas por el importe sustraído? Con esas cuantiosas cantidades de dinero se podrían contratar cuadrillas que ahora limpiaran los montes e iniciaran la repoblación de las zonas quemadas. Se crearían puestos de trabajo y se recuperaría parte de la riqueza perdida. Pero, sobre todo, se evitaría que este país se convierta en el desierto al que parece condenado.

¿Verdad que suena bien? Pues no se le crean es solo un cuento de verano.