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CABALLERO
León

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La célula de resistencia vuelve a ser el pueblo. El modelo de acantonamiento que con el verano saca del arcón de los alcanfores las sábanas del ajuar de los abuelos, varea los colchones de lana que reposan en la tenada, tira dos tablones para poner mantel sobre los caballetes que aguardan en la vieja cuadra, organiza turnos para el baño —los rapaces que vayan al corral de atrás, se oye a la abuela por los mañanas— y convierte al puchero en una humareda densa que pare a mediodía rancho de judías con 20 raciones. La comunión de la familia que hasta que llegó la crisis subía al pueblín para la fiesta, el día de la Virgen, y ahora estira el veraneo a la sombra del pilón, en lugar de torrarse sobre la arena del metro cuadrado de sombrilla conquistada en una playa mediterránea.

En la calle suena el reclamo del frutero y el pescadero que hacen mercadillo con los cuarterones laterales levantados. Salen las paisanas con la bata y las zapatillas a la compra, a hacer charla con las vecinas y preguntar cuándo vienen los de Barcelona, que este año los niños deben de estar muy grandes, que vaya ganas de que se junten todos los primos, que si los viera el abuelo reunidos se iba a sentir muy orgulloso, con lo que le gustaban estas cocinadas.

El día tiene un ritmo ajustado a las necesidades. Amanece entre las esquilas de las vacas que salen al prao después del ordeño, se entretiene con los gritos de la rapacería que va y viene con las bicis del monte en el que han armado una caseta con tablas y palos en el triángulo de tres robles, hace escala en el pitido del panadero que desde el alba siembra hogazas bien cocidas a la puerta de las casas del valle, se amontona en la barra del bar para tomar el vino fanfarrón, descabeza un sueño en el escaño de la siesta, envida a grande con dos sotas viudas, alarga la atardecida de paseo por las eras y se tiende en la plaza a la vecindad del atardecer preñado de boinas. Cae la noche y siempre hay fiesta; tira para Rabanal que hay una de Torrebarrio que de esta no libra, se oye al más gallo de los mozos.

No hay leyes de desarrollo que valgan, como la que se inventó el PSOE para gastar folios y perder el tiempo; ni ordenación del territorio como la que pretende la Junta, que cada vez que mete mano por esta tierra es para llevarse el Alsa cargado de gente para Valladolid y trancar la puerta de más pueblos.

Esos pueblos leoneses que resisten a los ataques políticos, el envejecimiento y el abandono. El último lugar al que volver. Como era en un principio. Ahora y siempre. Por los siglos de los siglos. Amén.