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León

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Dicen que cuando las cosas se ponen cuesta arriba es cuando realmente se comprueba quién da pedales, quién echa el pie a tierra y quién directamente los arrastra para intentar frenar el asunto. Y la verdad es que en lo ocurrido en el Ayuntamiento de León en las últimas horas tras el incendio del viernes el tema no da para muchos reproches, al menos de momento. Políticos, técnicos, cuerpos de seguridad... todos han estado en su lugar y han actuado dentro de lo posible con una celeridad y con una coordinación que muchas veces se echa en falta en otros asuntos. Parece que cuando llega el apretón de verdad los que se empeñan en no seguir el pelotón se quedan solos, lo que no deja de ser una excelente noticia.

Y viene esto a cuenta de los azares de la actualidad informativa que siempre quiere generar coincidencias que ponen a cada uno en su sitio. Cuando este periódico publicaba un informe sobre la situación que sufren las ONG de la provincia y cómo viven situaciones límite en su labor nunca suficientemente bien valorada de estar en pleno ruedo encarando el morlaco, allá por el sur a un iluminado le daba por solventar la crisis asaltando supermercado con golpes incluidos a las trabajadoras —a los que supuestamente defiende como sindicalista—.

Unos se mantienen en su sitio y aunque la cuesta de la crisis real —la que tiene nombres y rostros— ha alcanzado una dureza que no se ha visto ni siquiera en el Tour en las peores jornadas a otros les da por contar votos e intentar pinchar la bicicleta.

El oportunismo es maestro de exitosas carreras políticas y las muestras son más que evidentes en nuestra escasa carrera democrática. Hay quienes están haciendo un poco más de lo que hacían para dar unos mínimos para todos y quienes siguen soñando con salvadores de patrias llegados tanto de estribor como de babor aprovechando que el río está más que revuelto en esta interminable travesía por el desierto de la crisis.

Allá por los años 20 en occidente también hubo otra crisis muy dura. Y aquí en Europa la solventamos aupando a personajes —por llamarlos de algún modo— en Berlín, Roma, Moscú e incluso Madrid que tenían «claras las soluciones». Ahora los iluminados vuelven a asomarse —18% de voto en Francia a la ultraderecha— y sueñan con que su mundo, ese de su verdad absoluta, es posible.