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León

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Son días de julepe y tute. Alguno incluso recupera el dominó en el teleclub y el más osado pone los cuartos sobre la mesa para la putada . Son días de silla a la puerta de casa para buscar la fresca de las primeras horas de la noche. Días en los que el bullicio ha vuelto a los pueblos leoneses. A más de uno a estas alturas ya le ha dado por encararse con el vecino por el linde de la finca del abuelo en la que la última vez que se plantó algo aún vivía aquel general gallego.

Los días en el calendario colgado en la cocina ya han dado varias revueltas dominicales y se avecina el temido septiembre del regreso al exilio. Aquellos planes ideados durante tantas horas de añoranza a muchos kilómetros de distancia ya se van quedando para el próximo año, en el que habrá sin duda más tiempo para arreglar la casa, limpiar el camino o despejar de maleza la finca.

Hacía años que en el pueblo no había tanta gente. En alguno incluso nunca hubo tanta. Las cosas se han puesto complicadas y teniendo la casa disponible para qué pensar en otros destinos para los que no hay... a veces ni tampoco ganas.

Es como si hubiese un potente imán que cada agosto atrae a miles y miles de personas que añoran una tierra que en realidad les expulsó con sus miserias y en la que nunca se hubiese vivido como allá en el exilio. Pero los recuerdos también sirven para descubrir que la felicidad no necesita tantos fardos y que con muy poco también es posible la sonrisa.

Aquí, en el pueblo, las raíces son la piedra angular. El día del patrón y no digamos si se trata de la patrona no sirve vestir el chándal de los domingos como allá. Con las mejores galas se busca sitio en la primera fila para revivir viejas experiencias festivas.

Hace tiempo, poco después de los tiempos de las maletas de madera atadas con cuerda muchos auguraron que todas esas escenas desaparecerían bajo el manto de una modernidad enterradora de tradiciones. Fijo que en la quiniela tampoco sacaron premio porque nunca hubo tantos para pedirse el pendón o una vara del santo.

Después, en apenas diez días, el frío de la soledad otoñal invadirá las calles y sólo cuando lleguen nuevas bajas habrá retornos acelerados para pasar por la iglesia y el cementerio, para certificar un vacío que aumenta de año en año y que cada 1 de septiembre vuelve a silenciar ese mundo rural que se pierde poco a poco y que nunca volverá.