Diario de León
León

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Según leo, con la crisis ha disminuido la contratación de orquestas para las fiestas de nuestros pueblos. La noticia tiene más enjundia de la que en principio aparenta. Una fiesta patronal sin bailongo es como un harén sin danza de los siete velos, falta algo. Pero no confundamos baile con bailongo. Aquí vamos a referirnos a lo segundo. «Complaciendo una amable petición…», y las canciones de Georgie Dann, a quien su productora conserva guardado en formol, vuelven a reinar en la pista. Hasta el mutilado de la pierna derecha siente como esta lleva el compás ante el irresistible ritmo de «Mami, qué será lo que tiene el negro». Y luego un bolero. Y después, Paquito Chocolatero. Y ahora una en inglés cañí, que lo entiende todo el mundo. Por cierto, el pasodoble «Y viva España» fue compuesto por dos belgas, a quienes solo les faltó una consonante para ser de aquí: Leo Caerts y Leo Rozenstraten. Para que luego haya quien diga que en Bruselas nos tienen manía.

Y sí, no confundamos baile y bailongo, aunque de la misma familia, pertenecen a otro escalafón del meneo cinturero. Un vals de Strauss está muy bien para quienes usen monóculo, pero «Un rayo de sol», pongamos por caso, convoca otra clase de energías vitales, al menos en quienes ya estamos en la edad de ir al urólogo. El bailongo es más primario, una proclamación vital, como aquel sirtaki con el que Zorba espantaba las preocupaciones, las suyas y las de los demás. Hay mucha verdad en las diversiones pachangueras. Y mucho amor. Nada hay más antagónico de lo hortera que una fiesta de pueblo, pues el macarra es el tiburón de Wall Street. Por ello, una de las mayores aberraciones ha sido llamar a Belén Esteban «la princesa del pueblo», cuando es el ejemplo de la zafiedad urbana, aquella que encumbra al éxito económico por encima de cualquier otro valor. «Le Monde» le ha dedicado un artículo en su portada. Pero ella no representa lo popular, sino su negación.

En estos tiempos de crisis, el bailongo tiene para muchas personas en el mundo rural el efecto de ciertas medicinas: no curan, pero alivian. Y las orquestas traen a los pueblos una alegría ancestral que pervive mucho después de que se hayan marchado… con su música a otra parte.

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