tribuna
Camino de Santiago y amistad
Apesar de que llevo tiempo haciendo el Camino de Santiago, no me canso de encontrar alicientes para volver otra vez. Es cierto que la masificación ronda el caos y muchos lugares se aprovechan de los caminantes para engrosar sus arcas. Quizá sean los menos, pero son los que más resuenan. Pero si somos positivos encontraremos momentos de feliz hallazgo y ratos agradables al calor del camino que levantan la moral y hacen estallar de emoción al más insensible.
Este año, 2012, emprendimos el Camino tres amigos de León —Fernando, Efrén y yo— desde Rabanal del Camino. Emprendimos el camino con ánimo de revancha porque el año anterior Efrén lo pasó mal por falta de entrenamiento. No sabía de las exigencias del camino y lo pagó. Este año, curado de espanto y a base de entrenos, iba con fondo suficiente para llevar a cabo los 240 km que nos separaban de Santiago. Y así fue. Reto, pues, cumplido. Eso demuestra que no podemos ponernos en camino si antes no hemos hecho un buen acopio de energías. Y eso exige constancia y esfuerzo.
En el Camino, plagado de extranjeros por estas fechas —finales de mayo—, nos hemos encontrado con todo tipo de novedades: En Ponferrada, la amabilidad sobresalió por encima de todo, aunque ese día la inexperiencia de quien ponía orden y distribuía las camas llegó a impacientarnos. Pero no pasó a mayores. En Villafranca el albergue nos decepcionó por el aire de reconstrucción que presentaba y sobre todo por la tardanza en abrir. No es de recibo estar al pie de la puerta hora y media sin saber qué hacer. Poco cuesta atender al peregrino a partir de las 12, que parece ya una hora razonable, dado que quien más quien menos echa a andar hacia las 6,30 de la mañana.
El Alto del Poio, que fue nuestra tercera parada, culminó una dura y larga etapa, en parte querida y en parte forzada. Después de dejar atrás la subida al Cebreiro y como nos encontrábamos con fuerzas decidimos prolongar un poco más la etapa, pero el siguiente albergue estaba lleno y tuvimos que echarnos a los hombros otros cuantos kilómetros de cierta dureza. Así nos hicimos nada menos que 36 km de reseñable dificultad. Pero el final fue feliz. Quizá el albergue no se destacaba por los muchos servicios, pero la atención se puede dar por buena. En Sarria, la siguiente parada, se nos cayó el alma a los pies, después de observar el abandono creciente del albergue de la Xunta. Aquí pudimos comprobar el total desamparo de los albergues públicos a favor de los privados que con el tiempo los absorberán. Es una muerte anunciada que hace tiempo que llevo anotando y que tarde o temprano llegará. Gonzar, después de 32 km, fue el siguiente punto de descanso. Un lugar tranquilo, de puro relax. Apenas unas cuantas casas, el mugido de vacas y el ladrido de perros. En la tarde noche el sabor del orujo nos adormeció pacíficamente y nos encaminó hacia Melide, la siguiente parada obligada. Este día nos acompañó el tiempo, porque se cubrió de nubes y, aunque estuvo a punto de llover, no cayó ni una gota y eso nos facilitó el caminar. Llegamos bien, después de 32 km y a una hora prudencial para ducharse y salir a tomar el pulpo en casa Ezequiel. El mejor dato de la jornada lo tuvo el amigo Pepín –en otro tiempo también peregrino- que nos vino a visitar a Melide. Hay que echarle valor y amistad. Y 550 km entre ida y vuelta.
Por fin la etapa casi final la hicimos al día siguiente de Melide al Monte o Gozo. 45 km en un día. Llevadero, porque comimos antes de llegar. Aun así, hay que echarle valor y ganas para aguantar tal cantidad de kilómetros. Pero compensaba con la satisfacción de estar a las puertas de Santiago.
Pero el camino hubiera sido otro si no se cruza con nosotros Honorato, un catalán de 75 años que desde Ponferrada nos acompañó y nos dio lecciones de vida a cada instante. Nos dijo que teníamos que «mimar» a las mujeres; nos enseñó a piropear sin molestar; estaba a favor del diálogo por encima de todo. Y sobre todo en la misa del peregrino nos abrazó con la palabra «amigo» que nos llenó de agua los ojos. Fueron unos pocos días —desde Sarria a Santiago— y parece que nos conociéramos de siempre. Nos ha ganado y su voz resuena fuerte en nuestros corazones. Solo por esto ha merecido la pena haber hecho el Camino. Por esto y por la solidaridad de Pepín. Y un único pero: Tascón, otro amigo, que estuvo a punto de acompañarnos, ha sufrido un grave percance. Ojalá Santiago le ayude a salir bien de esta.