EL RINCÓN
El famoso 10%
El ministro Cañete ha descubierto el Mediterráneo de Fomento: el sobrecosto de los presupuestos en licitación, sin necesidad de acudir a una nueva.
Afirma que la media se acerca al 29%, y me parece poco. Pero existe otro porcentaje, perfectamente legal, el del diez por ciento, que las empresas que trabajan para el Estado pueden cobrar con la mera aquiescencia de un par de funcionarios.
El origen de la medida no se basó nunca en que el Estado puede gastarse el dinero alegremente, sino en la agilización de unos procedimientos que podrían eternizarse. Hay muchas ocasiones en que, en las obras públicas, las empresas se encuentran con problemas inesperados, desde dificultades de cimentación por la aparición de situaciones geológicas imprevistas, hasta incidentes difíciles de considerar, como un corrimiento de tierras.
Y se supone que, al frente de Ferrovial, OHL, ACS o Metrovacesa hay ejecutivos honrados y, en la Administración, funcionarios honestos, porque la honestidad, como el valor en el soldado, se supone de antemano y se tiene sin necesidad de demostración.
Pero bastaría que entre los ejecutivos o máximos mandatarios de esas empresas, incluidos, por supuesto, los presidentes de sus respectivos consejos de administración, existieran personas que consideraran que el soborno es una práctica más del mercado real, y, al otro lado, unos funcionarios venales para que se materializara un sobreprecio del diez por ciento.
Supongamos que para no escandalizar los conchabados se comprometieran a dar por bueno un 5% sobre el costo total.
No se olvide que estamos hablando de obras públicas, es decir, autovías, carreteras, puertos, vías del AVE, es decir, infraestructuras cuyo presupuesto son cientos de millones de euros.
¿Cuánto es el 5% sobre una obra modesta, pongamos de 800 millones de euros? Cuarenta millones de euros.
Cuarenta millones que pagamos estos contribuyentes a los que nos van a apretar todavía más las tuercas con más impuestos, y que tendremos que atender a unos padres a los que es muy posible que les rebajen su ya raquítica pensión.
Si Gordillo cree que eso se arregla haciendo el gilipollas sobre supermercados es que es un cómplice, un tonto, o un revolucionario de guitarra y pandereta.