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editorial

Una debacle económica y medioambiental que exige la colaboración de todos

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León

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El incendio de Castrocontrigo es ya la mayor tragedia medioambiental de la historia de León y una de las mayores del país. Más de 8.000 hectáreas, según las cifras con las que se trabaja la investigación del incendio, o lo que es lo mismo 8.000 campos de fútbol o cinco veces la extensión de Ceuta y Melilla, dan una idea de la escalofriante dimensión de las llamas.

Un incendio que afecta al sur de la provincia, que está poniendo en jaque a nueve pueblos, desde Castrocontrigo a Destriana, y en el que trabaja sin descanso un amplio operativo de efectivos de la Junta y del Gobierno para tratar de controlar la lengua de fuego que tiene un frente de 16 kilómetros y llamas de 50 metros.

Pero a la catástrofe medioambiental, al drama que supone ver arder el monte sin que prácticamente se pueda hacer nada, a lo espeluznante que resulta observar cómo todo a tu alrededor arde como una tea hay que sumar el hecho que lo que ahora está ardiendo era también un generador de empleo.

Dramático resulta ver cómo una persona dice que se ha quedado en el paro, ya que su vida estaba en ese monte, bien sea porque trabajaba la resina que producían esos pinares o gestionaba alguno de los cotos de caza que existen en la zona. Y eso es lo que está ardiendo por culpa de la mano de uno o más descerebrados, que decidieron prender la mecha de lo que ahora es ya un incendido incontrolable.

Con el monte se están quemando también las ilusiones de muchas familias, que habían vuelto hace apenas tres años a ver la luz gracias a la resina que salía de esos pinos. La savia que les daba de comer y que ahora está reducida a cenizas. Más de 50 años, ahí es nada, aseguran que tendrán que pasar hasta que los árboles, muchos de ellos centenarios, vuelvan a producir resina de calidad.

Ahí está lo trágico, lo terrible de lo que ahora se está viviendo en todo el territorio del Eria y del Jamuz. Las gentes de la zona observan impotentes cómo gran parte de su vida, de lo que son, aquello por lo que han trabajado arde al mismo ritmo de los pinos de ese monte que va camino de verse reducido a cenizas. Llegados a este punto es el momento de actuar, de trabajar todos codo con codo para frenar, primero, la marcha de las llamas y dar con el autor o autores de esta bestialidad, después.

Toda colaboración es necesaria. Del mismo modo que los servicios de extinción trabajan en perfecta coordinación para tratar de frenar esa lengua de fuego, los ciudadanos deben colaborar y aportar las pistas, si las tuvieran, que permitan detener al pirómano o pirómanos que hayan perpetrado semejante tragedia.

Este incendio supone una debacle económica y medioambiental de tal magnitud, que exige la colaboración de todos, administraciones —sobre todo de éstas— y de los ciudadanos, para salir de ella en el futuro.