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gonzalo flórez garcía. Canónigo de la colegiata de san isidoro
León

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No se trata naturalmente aquí de anteponer la sabiduría a la santidad en lo que se refiere a las cualidades y virtudes de San Isidoro sino de resaltar un hecho que se observa en la admiración que el arzobispo hispalense suscita en su tiempo y en los primeros siglos después de su muerte.

El primero en valorar la inmensa obra literaria de San Isidoro fue su fiel discípulo y amigo, el obispo Braulio de Zaragoza, que nos da ya una referencia precisa de sus obras.

Cuando sucede a su hermano Leandro en la sede episcopal hispalense, hacia el año 600, Isidoro había releído los libros que en su época podía tener a su alcance un joven como él, hijo menor de una noble familia goda, que disponía de los recursos y cuidados de sus hermanos mayores, los obispos Leandro y Fulgencio y la monja Florentina.

Los escritos isidorianos, que alcanzarán pronto gran difusión en diversos países de Europa, demuestran que Isidoro dispuso de abundantes fuentes de la cultura antigua, tanto clásica como cristiana y que se sentía impulsado por el propósito de recoger cuanto consideraba digno de transmitir a la posteridad de acuerdo con un proyecto propio en el que cada cosa encontrara su lugar adecuado.

Según anotan los numerosos estudiosos de la obra literaria isidoriana, en ella aparecen citas de antiguos historiadores, poetas y oradores, de filósofos y moralistas, de gramáticos, matemáticos, botánicos, naturalistas, junto a las de antiguos monjes y santos padres.

Entre sus autores más repetidos, están los latinos Virgilio, Cicerón, Plinio, Lucano, los padres Jerónimo, Cipriano, Agustín y el gran amigo de su hermano Leandro, el papa Gregorio Magno. Destacan entre los escritos isidorianos sus comentarios y referencias a los libros de la Sagrada Escritura, en su versión latina de la Vulgata y las diversas materias que formaban parte de la enseñanza que se impartía en las escuelas medievales: Gramática, Retórica y Dialéctica (Trivium); Aritmética, Geometría, Música y Astronomía (Quadrivium). Se dice de la música en el libro de las Etimologías que sin ella «ninguna disciplina puede ser perfecta».

Se llama a la medicina «segunda filosofía», ya que cura el cuerpo al igual que la sabiduría cura el alma. En sus Versus , Isidoro canta, junto a los santos Cosme y Damián, a los médicos Hipócrates y Galeno y enumera los remedios extraídos de plantas y flores.

En su principal obra, las Etimologías , que elabora a lo largo de toda su vida, trata de aclarar las innumerables cuestiones que han interesado a la humanidad a lo largo de la historia.

La mejor muestra de la riqueza de los escritos isidorianos es su rápida acogida y transmisión. Durante el siglo VII la obra enciclopédica de las Etimologías, de la que hoy se conocen más de mil manuscritos, se difunde por toda Europa. Algunos códices del archivo de la Catedral de León contienen fragmentos de manuscritos isidorianos.

En la biblioteca capitular de la Real Colegiata de San Isidoro hay un ejemplar de la impresión completa de sus obras, del año 1797, preparada por el P. Arévalo y patrocinada por el cardenal leonés Lorenzana, que se recogió posteriormente en la obra monumental de Migne.

Hoy existen ediciones críticas de varias de sus obras y la mayoría de ellas están traducidas al castellano. Debaten los expertos de la obra isidoriana acerca del carácter de la sabiduría de Isidoro de Sevilla, si se limita a transmitir una cultura que en parte se salva por su medio o imprime en ella una impronta personal.

Escritor tan prolífico, muestra forzosamente facetas diversas, según trate cuestiones que afectan al lenguaje, a las ciencias de la naturaleza, al dogma cristiano, a la historia, a la biografía de personajes ilustres, a la liturgia o a la moral y ascética cristianas.

Sabio es, según la definición que Isidoro nos da acerca del filosofo en el libro VIII de las Etimologías, aquel que «posee el conocimiento de las ciencias divinas y humanas, y el que observa todas las reglas del bien vivir».