LA 5.ª ESQUINA
El perejil de todas las salsas
Aeste mes de agosto no le sobran ganas de juerga porque le faltan cuartos, sobre todo a la hora de contratar una buena orquesta para las fiestas de esa pareja estival que forman la Virgen y san Roque. Para los estudiosos de saraos, los jolgorios del verano derivan de las alegrías por lo cosechado, aunque en estos tiempos se recojan más moras en los zarzales que trigo en los campos. No hubo aldea de la provincia que no festejara a sus patronos con romerías, bailes y músicas populares, aunque si antes lo hacían con sábanas y colchas de colores colgadas por las calles al paso de las procesiones, ahora se castiga el ocio majando en la era o bordando pañuelos, por aquello de perseverar en las tradiciones. Faltaría un concurso para limpiar de maleza el monte, que falta hace.
En muchos pueblos se jugaron bolos, a la sombra de morales y negrillos, pues al tañido de las fiestas regresaron al pueblo todos sus hijos —no con el ánimo de fijar población como aconseja la autoridad—, sino para celebrar un ágape familiar que haría las delicias de Tennesse Williams. Los viejos, algo apalambrados, presidieron la mesa mientras recordaban los pajares de su juventud, entre el alboroto de hombres y mujeres, con la habitual crítica al vecino (que es lo que más deleite nos produce) y los pitiditos de las blackberry de nietos y bisnietos, cuyas cabezas encorvadas asoman levemente sobre el grueso mantel florido de la mesa del comedor.
Pregoneros de todas las condiciones, revivieron recuerdos de la infancia, aquella en la que íbamos a ver a los abuelos y de paso a descubrir nidos, a ver nacer un ternero y a comer fruta trepando a los árboles. Los pueblos de nuestra infancia, como dice Oscar Campillo del suyo, «tiene un lugar con sitio fijo en el corazón», porque la niñez se alimenta de verdad, tanto como el resto de la vida de hipocresía.
El alcalde de Peranzanes, Vicente Díaz, recuerda que la crisis no afecta a las fiestas de la Virgen de Trascastro, porque lo importante son los actos religiosos y la tradición, que no dependen de ningún presupuesto. Y si no pueden contratar una gran orquesta lo harán con otra más pequeña y si no, un gaitero o algún rapaz con su mp3. Lo importante es la reunión y recordar de dónde y de quién venimos, como hizo en su pregón el párroco Manuel Sierra, hombre entregado a las gentes de Fornela; un lugar inalterado por modas o turistas que, en otros lugares, consiguen destrozar ritos ancestrales con manierismos en boga que alteran o destruyen lo genuino de cada lugar. Y es que las tradiciones son como el perejil, que sirve para dar sabor a todas las salsas… Había que hacer algo.