LA VELETA
Juguete Assange
Julián Assange, creador de Wikileaks, lleva camino de convertirse en un juguete roto en medio de un gran lío diplomático donde algunos tiene la esperanza de conseguir buenos resultados, sobre todo electorales.
Es el caso del presidente ecuatoriano, Rafael Correa, poco respetuoso con la libertad de prensa en su propio país con numerosos casos de medios de comunicación cerrados y periodistas encarcelados y amenazados pero levantando, ahora, la bandera de la libertad de expresión de Wikileaks a pocos meses de someterse a la reelección.
Enfrentarse al Imperio británico y, sobre todo, al norteamericano en temas tan populistas como éste es uno de los acicates preferidos para su consumo interno por esta clase de dirigentes políticos latinoamericanos inspirados en la Cuba de los hermanos Castro, como el venezolano Hugo Chávez, también en plena campaña electoral.
Una vez que estos dirigentes, tan conocidamente demócratas, hayan exprimido el limón Assange, lo tirarán al primer cubo de basura que encuentren.
Por eso, el creador de Wikileaks ya ha planteado su disposición a negociar un acuerdo con Suecia para conseguir garantías de que si consiente ser extraditado a Estocolmo, no será enviado después a Estados Unidos.
Si Julián Assange, como dice, no tiene nada que temer por las acusaciones de violación y agresión sexual de dos mujeres en Suecia, no debería dudar del rigor de la justicia y de la democracia sueca que debe cumplir con su deber de aclarar cuál es la realidad de esas acusaciones sin que eso le obligue a claudicar a una posterior e hipotética presión de Estados Unidos para que el creador de Wikileaks termine ante un tribunal militar norteamericano.
Es muy elevado el daño causado a la credibilidad de la seguridad militar, al servicio diplomático y también al de información de las agencias de inteligencia norteamericanas por la publicación de miles de cables pirateados y filtrados por el soldado norteamericano Bradley Manning; más por el hecho en sí que por los contenidos que todos en realidad intuíamos y que sólo causaron trastornos en situaciones concretas.
Mientras tanto, el español Baltasar Garzón defiende una causa que le reporta reconocimiento internacional pero cuyo final es bastante incierto si no se despejan las suposiciones tan intoxicadas por los intereses de cada uno.