TRIBUNA
Perder el tren
Más allá de su significado referencial evidente, perdemos el tren cada vez que dejamos pasar el momento oportuno, la situación propicia para hacer algo. Luego, como también suele decirse, lo que ocurre es que quien deja pasar un tren debe subirse a otro que, quizá, ya no llegue a tiempo.
Lo curioso de este juego metafórico es que en ocasiones se solapa la literalidad con lo figurado, lo cual duplica y refuerza el mensaje de tal manera que nadie puede ya extraviarse en los supuestos contenidos literarios del artilugio, y entonces la realidad nos golpea rotunda como un caballo de hierro. Así ha sucedido, a nuestro entender, con las informaciones recientes acerca de este medio de transporte y la ciudad (o provincia, que en este caso, si se permite la licencia, viene a ser casi lo mismo) de León. En medio del bochorno estival, hemos sabido que el Ayuntamiento leonés ha solicitado la desaparición de la Sociedad León Alta Velocidad, que hasta la fecha gestionaba las labores de integración del ferrocarril en la ciudad con motivo de la llegada del nuevo sistema ferroviario; también se han producido denuncias reiteradas sobre la paralización sine die de las obras del AVE en su trazado provincial y hasta el Partido Popular de Asturias avanza que nunca antes de 2015 se pondrá en marcha el proyecto para el tramo León-La Robla; finalmente, por si todo esto fuese poco, se ha anunciado también que Feve suprimirá la conexión entre León y Bilbao cinco días a la semana. Son señales más que notables de cómo vamos poco a poco perdiendo el tren; o, mejor dicho, de cómo el tren nos pierde a nosotros, pues no sucede igual en otros recorridos o en otros lugares, donde el ferrocarril sigue siendo una prioridad e incluso un signo de modernidad. Naturalmente, todas esas señales se insertan en un plan deliberado del Gobierno español, para quien la noción de servicio público, así en el transporte de viajeros como en muchas otras áreas de cuanto nos es común, debe dejar paso al aprovechamiento privado sin importar las consecuencias.
Es curioso, así mismo, que si bien el plan general, que incluye la desaparición de Feve y la desmembración de Renfe y Adif, viene siendo respondido por los trabajadores con paros y manifestaciones, ninguna expresión de rechazó ciudadano se produce en León ante lo que representa la cancelación de muchas expectativas y potencialidades. Por el contrario, conforme a una cualidad muy leonesa, muy conservadora por otra parte, el conformismo lo disculpa todo y todo lo digiere con mansedumbre. Incluso el Partido Popular local, tan quejoso años atrás con el Gobierno central por los retrasos y otras indecisiones poco justificables, se convierte hoy, cuando debería tener a su favor a ese Gobierno, en el principal defensor del retroceso. Ya lo fue, de hecho, con su oposición al tranvía —otro tren perdido, no lo olvidemos—. Podrá alegarse como excusa la amputación de las inversiones en infraestructuras, pero basta ampliar el foco hacia el corredor gallego para constatar la debilidad del pretexto, lo que nos obliga a interrogarnos por el diálogo oculto de hace unos meses entre la Ministra de Fomento y el alcalde de la ciudad y la presidenta de la Diputación. Todo indica que en lugar de garantizar el futuro lo que se hizo en esa conversación fue certificar el pasado.
El tren y su pérdida se convierten, ahora sí, en metáfora de cuanto nos ocurre. Las oportunidades no del todo aprovechadas en los años pasados están siendo poco a poco enterradas o simplemente amortiguadas en sus efectos, como parte de una política de revancha que pretende hacer desaparecer de la historia las huellas de un Gobierno de diferente signo. En lo general, así viene ocurriendo con leyes y proyectos que pudieron suponer mejoras sociales notables: el aborto, la igualdad, la dependencia… En lo local, se trata de que ese rastro conserve las mínimas señas físicas: la Ciudén, el ferrocarril, el aeropuerto… El genoma cainita leonés, que se hizo presente como nunca en los procesos electorales del año 2011, ha decidido reencarnarse en las nuevas generaciones de los mismos poderes locales de siempre para asegurarse de que la historia no cambie su rumbo, menos aún en una provincia y en una ciudad tan celosamente guardianas de las más rancias costumbres.
De modo que hemos perdido el tren. Literalmente: una de las conexiones entre Asturias y Madrid ha dejado ya de entrar en el apeadero leonés. Le seguirán otras de ese mismo trayecto y de otros. Muy posiblemente, insistiendo en la misma política de tierra quemada y de privatizaciones, no tardaremos en tener que acudir a otras provincias para realizar algunos de nuestros viajes. Dirán entonces que es culpa de Valladolid y se quedarán tan frescos. Por cierto, para ese entonces la famosa autovía hacia la capital vallisoletana seguirá en el limbo, más o menos como las que deberían habernos conducido a Braganza, a Orense y así sucesivamente. Porque en nuestro caso, con una provincia pensionada y en barbecho, de lo que va habiendo constancia es de que otro tren no llegará nunca a tiempo.