AL MARGEN
Sargento bravido
Aquí, de momento, nadie parece adherirse públicamente a la repugnante teoría de las «violaciones legítimas» pergeñada por el congresista norteamericano Todd Akin, pero, en nuestra modestia y salvando las distancias, tenemos una Sala Quinta de lo Militar del Tribunal Supremo que rebaja a la mitad la pena disciplinaria impuesta a un sargento por pegar a su mujer, en atención a las condecoraciones que tiene y a su estrecho trato con la violencia, esto último por haber servido durante algún tiempo en Afganistán. Un juzgado de Madrid consideró en su día que la agresión del dicho suboficial del Ejército del Aire a su esposa merecía una condena de nueve meses y un día de prisión, bien que transformada en la de trabajos para la comunidad, pero Defensa añadió la accesoria disciplinaria de la suspensión de empleo por la misma duración de la condena.
Uno y otro, juzgado y ministerio, no repararon, sin embargo, en que el sargento era poseedor de unas cuantas medallas y de que había estado en Afganistán, circunstancias que para la Sala Quinta de lo Militar del Supremo, donde ha llegado el recurso, si no abolen completamente la infamia de que un Caballero de Marte golpee a una mujer, sí bastan para reducir a la mitad la condena disciplinaria. Lo de las medallas, la verdad sea dicha, no se entiende ni mucho ni poco, a menos que la tenencia de alguna lleve aparejado el derecho a agredir al cónyuge, pero lo de Afganistán es otra cosa: explicaría, induciendo a la benevolencia penal, el carácter «bravido» del sargento de marras.
La Justicia, cuya encomienda no es otra que juzgar los hechos, parece haberse inclinado aquí en analizar al hacedor, juzgando que por sus medallas no procede tanta severidad en el reproche legal. El caso, y la ideología antañona que despide, se comenta por sí solo. Lo cierto, sin embargo, es que cuando el suboficial zarandeó a su esposa y la arrojó contra pared, se le cayeron, aunque al Tribunal no le consta, las medallas.