FRONTERIZOS
El panadero que cambió de oficio
En Cacabelos están a punto de quedarse sin cementerio. Saturado el actual y rodeado por un intocable yacimiento arqueológico que imposibilita su ampliación, un bando solemne del señor alcalde ha pedido sugerencias a los vecinos (incluso vía facebook y twitter: pobres pero modernos) para solventar el problema. Aunque el bando no lo diga, las sugerencias, a ser posible, no deberían costar dinero, más que nada porque en la caja llevan años sin ver un euro y los responsables de la cosa pública aplican a su gestión una vieja letanía popular que se usó como anticonceptivo, supongo que con escaso éxito: «San José, tú que tuviste sin hacer, haz que yo haga sin tener».
Para que no se diga que uno no contribuye, ahí va mi sugerencia: emítase otro bando por el que se prohíba terminantemente a los cacabelenses morirse, bajo amenaza de fuerte sanción por incumplimiento. Como la tendencia del personal es pasarse por ahí las ordenanzas, los sin duda innumerables infractores contribuirían a generar recursos para construir un nuevo camposanto.
El asunto de los enterramientos, además de para chascarrillos más o menos graciosos, ha dado lugar a uno de esos feroces cruces de reproches entre gobierno y oposición que tanto aprovechan los redactores de guardia en agosto y tanto aburren a los ciudadanos.
Seguramente las responsabilidades en el caso estén tan bien repartidas como los idiotas en los banquetes, donde siempre hay, como mínimo, uno en cada mesa, pero la autoridad de Cacabelos debería conocer la historia de aquel panadero por tradición familiar en la pequeña localidad lucense de Xove.
En los setenta, durante la construcción de una fábrica de aluminio, el negocio prosperó a base de pocas horas de sueño y muchas de horno. Cansado del trasiego harinero, a finales de los noventa decide alquilar un local cercano en Vivero, que había sido primero barra americana y almacén de piensos después, y monta en él una pulpería, animado por el consejo de un amigo que le auguró éxito porque en los alrededores iban a montar un tanatorio.
A base de una limitada pero honrada oferta basada en el pulpo y el lacón cocido, el negocio se ha mantenido boyante, en parte prestando esmerada atención a la clientela que le aporta el cercano establecimiento funerario, aunque eso suponga no cerrar nunca. «Hay que aprovechar los entierros, que no avisan», dice el avispado hostelero.
Dada la rapidez con la que esta provincia está alcanzado las más altas cotas de miseria, el de los entierros es uno de los sectores con mejores perspectivas de futuro, aunque el beneficio sea indirecto, como en el caso del panadero que cambió de oficio. En toda la provincia salvo en Cacabelos, donde ni morirse podrá uno a gusto.