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Publicado por
P. Fernando Campo. Agustino
León

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Las fiestas de santa Mónica y san Agustín se estuvieron celebrando en fechas distantes y distintas: ella el 4 de mayo y él en 28 de agosto. La orden de san Agustín siguió celebrando algunos años fiesta de santa Mónica el 4 de mayo y se sigue celebrando en algunos lugares, porque dio motivo a la fiesta del día de la madre el primer domingo de mayo, promovida por el P. Ángel Sáenz, agustino recoleto, en la revista la Madre Cristiana . Un acierto de la reforma litúrgica del año 1969 fue poner la fiesta de santa Mónica el día 27 de agosto, porque a ella se le debe la conversión de su hijo, cuya fiesta se celebra el 28 de agosto, día en que murió san Agustín en Hipona estando ya sitiada la ciudad por los vándalos. El dejaba sus obras, entre las que destacan sus Confesiones y su Regla. La tienen muchos institutos religiosos, con unas 370 ediciones, siendo la Regla más seguida, porque es un reflejo de la doctrina del Evangelio proponiendo una comunidad de vidas y de amor.

A san Agustín estuvo dedicado un convento en Mansilla de las Mulas, donde está el Museo Etnográfico, y otro en Ponferrada. Se tiene en cuenta a estos santos, especialmente a san Agustín, porque siendo de finales del siglo IV y comienzos del V, parece un «hombre moderno» como observó José Ortega y Gasset, que murió cuando estaba leyendo su tratado sobre la Trinidad. La Iglesia católica le sigue en la Nueva Evangelización para la transmisión de la fe, que va a ser objeto de reflexión en el próximo Sínodo por su doctrina sobre la pastoral de los obispos y demás pastores de la Iglesia, al insistir en la caridad que debe estar presente en todas sus actuaciones.

En sus Confesiones, san Agustín hace el mayor elogio de su madre, a la que considera «dos veces madre» y «sierva de los siervos de Dios». Se cumplía lo que había dicho san Ambrosio «es imposible que se pierda un hijo de tantas lágrimas». Cuando uno visita los restos de Cartago, en Túnez, le enseñan el acantilado y peña, denominada «roca de santa Mónica», sobre la que ella desolada lloró mirando al mar. Luego, san Agustín dirá en sus Confesiones: «mentí a mi madre, y ¡qué madre!»

Santa Mónica murió en Hostia Tiberina a consecuencia de unas fiebres, mientras esperaba la embarcación que llevaría a sus dos hijos y nieto a la tierra natal de África, donde la orden agustiniana está estableciendo nuevas fundaciones, mientras ha tenido que abandonar la iglesia parroquial de La Goleta, a unos 20 kilómetros, aproximadamente de la ciudad de Túnez. Allí está el gran castillo de La Goleta, construido por Carlos V para conmemorar lo que él consideró su principal batalla en el ardiente verano de 1535. Ha quedado un valioso cuadro del éxtasis de san Agustín y santa Mónica, como grato recuerdo de la estancia de los agustinos en una iglesia atendida actualmente por los Padres Blancos, que dan testimonio cristiano procurando una nueva evangelización.

Santa Mónica sigue siendo un modelo de madres cristianas y sirve de ejemplo a las esposas abandonadas y a las madres afligidas, que hallan siempre en su memoria el bálsamo del consuelo, para curar las penas en el infortunio. Es un paño de lágrimas para enjugarlas en la contrariedad con la esperanza de conseguir la paz y la felicidad, que encontraremos en Dios, como dice san Agustín al principio de sus Confesiones. Como afirmó san Buenaventura, uno de los mejores intérpretes de san Agustín: «nadie ha dado más satisfactorias respuestas a los problemas de Dios y del alma». El y santa Mónica siguen siendo modelos para conseguir la salvación.