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Publicado por
varela
León

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Anda un loco suelto. Anda libre por los valles del Noroeste un asesino. Un maniaco demente que se excita ante las llamas y se masturba al calor de un bosque que ayer estaba y hoy ya no está. Un miserable que eyacula ceniza encima de nuestras cabezas vacías. Un bandido retorcido al que deseamos que arda en ese mismo infierno que todos los años él mismo genera y que se acerca por el sur a Ciudad del Puente.

El Pajariel es un bisonte recostado al pie del Sil que cumple pudorosamente la misión de desviar el río hacia el oeste. Es un monte que ha visto y ha sufrido los milagros de la ciudad pero intenta discretamente mantener su condición de hermano pequeño de todos los valles orientados hacia la frontera de los Aquilanos.

Y hay un canalla suelto que envidia su fortaleza milenaria y ha vuelto a encender la cerilla con premeditación, alevosía y desprecio al propietario de ese espacio, que somos todos nosotros. Han extremado la vigilancia, han pedido la colaboración ciudadana, amenazan ahora con colocar cámaras por los senderos del monte. Pero todo será inútil: el loco del Pajariel es un terrorista que disfruta con su encargo criminal y que ha aprendido a hacerlo con la máxima perfección de un sicario profesional.

El miserable que prende el Pajariel todos los años es el mismo que encendió los pinares y las colmenas de Castrocontrigo, los nidos del buitre negro de Robledo de Chavela, los bosques de La Gomera, de Valencia, de Cataluña… La misma mano necia que ignora el valor de la sombra, que desprecia la impagable factura del canto del camachuelo una tarde de agosto, que se burla del respeto a lo común, que es lo que debiera hacer al hombre animal social.

Y uno empieza a estar harto. Empieza a estar cansado de un país de pandereta y campanario, de disparate berlanguiano sin ninguna gracia, habitado por mamelucos que desprecian cuanto ignoran y cada vez ignoran más. Un país de analfabetos que igual restaura pinturas mediocres con el neceser de la señorita Pepis que hace cola para retratarse frente al risible Ecce Homo emborronado; lo mismo firma con un espray una catedral gótica que atruena con el escape libre la paz de una noche de verano; de igual manera llena de basura una plaza en unas horas de botellón que prende fuego a un parque natural milenario.

Empieza a agotar este país de zotes, de malandrines, de golfos desaprensivos sin el más mínimo concepto de respeto a lo público, en el que la trampa se hace norma, el cumplidor es la excepción que se señala con el dedo y las mayores manifestaciones son a causa de una bandera futbolística. Tenemos un problema político, sí. Tenemos unas finanzas débiles, también. Pero me temo que no es la economía lo único que está enfermo.

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