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León

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Llorente en León es una marca del campo. Como John Deere o Dekalb. Un sello que abona más de 40 años de trayectoria sindicalista agraria y política. Un hombre que tuvo que dejar la escuela de bien niño para empezar a aprender la vida, como el prodigioso Zequiel, el personaje de un cuento de Pablo Andrés Escapa sobre el que todas las vecinas del pueblo se preguntaban qué no hubiera sido de él si hubiese ido a la escuela. Pues que sabría lo mismo que los demás, les contestaban.

Matías supo rápido lo que no sabía el resto. Aprendió qué lunas son las buenas para la siembra, cómo hacer la poda para que fortalezca el núcleo y cuándo la cosecha está lista para que engorde el silo. Se doctoró en árboles con el nombre en latín, diseccionó los bichos que atacan a las crucíferas, estudió los hábitos de las bestias para evaluar a los hombres y cultivó una conciencia de clase heredada de las costumbres de sus mayores. En sus ratos libres, incluso, tuvo tiempo para llegar a asesor de Zapatero en la sombra, sin sueldo, pero con el teléfono abierto para cuando la ministra llamaba desde Bruselas. Por entonces, a fuerza de velar el turno y vez del agua, ya había entendido que el campesino no podía entrar en el siglo XXI con la azada atada al cuadro de la bicicleta para regar a manta la remolacha. Un camino que empezó a labrar encima de los tractores que hacían corro para escuchar las arengas barbadas de Llorente sobre la necesidad del asociacionismo agrario. Una leyenda que se consagró en aquella asamblea en la iglesia de Cabreros del Río, al abrigo de los santos a los que no rogó ni en la peor sequía y con la Guardia Civil vigilante a la entrada del pueblo para luchar contra la parábola del cooperativismo.

Una personalidad hecha a tajo, recia e indomable, como se demostró en la pugna con García Machado por las siglas y el legado de la UCL, cuyas lealtades acumuladas sólo son equiparables al número de enemigos que ha sumado en todos estos años. Como en todo liderazgo patrimonialista, ser de Llorente da el derecho a cumplir con un catecismo de deberes. Un código de conducta que no entiende el PSOE leonés, donde la apuesta por el desarrollo rural no pasa de mejorar las carreteras para llegar antes el fin de semana al pueblo y conseguir que no se cuelgue Internet. Un desatino más que pagarán en las urnas del 2015, mediocres para asumir que no se puede poner puertas al campo.

Sin intermediarios, se lee en el alero de la cooperativa Ucogal, ejemplo de transformación agraria. Llorente, sin más.