HISTORIAS DEL REINO
La muerte en un portal
Se preguntaba Euronews, el canal de noticias europeo, si en España el robo está justificado cuando el desempleo se desboca, mientras calificaba al célebre alcalde de Marinaleda, Sánchez Gordillo, de Robin Hood, después del episodio de los hipermercados.
Mientras los medios se ceban en la situación de España, la hermana Italia engorda diariamente con las consecuencias de una crisis, tan dura o más que la nuestra, pero que todavía es más visible es sus calles a través del crecimiento exponencial de la indigencia.
Considera el Istat, el Instituto Nacional de Estadística romano, que más de ocho millones de personas viven en situación de relativa pobreza, considerando «familia pobre» a aquella que cuenta con un ingreso mensual menor o igual a 1.011 euros. Entre esta amplia representación, casi tres millones y medio sobreviven en condiciones de pobreza absoluta. Un problema que no es ajeno a los españoles. De hecho, muchos pagarían por ser menesterosos a la italiana, si alguien les garantizase ese umbral de mil euros mensuales que para unos marca el límite de la pobreza, y para otros un sueldo digno, incluso elevado.
En su último informe sobre Exclusión y Desarrollo Social en España, Cáritas denuncia que sobreviven en situación de extraordinaria dureza económica casi el 22% de los españoles.
León es una provincia con problemas suficientes de despoblación, falta de empleo, escasas iniciativas, castigadoras políticas en los sectores primarios y difíciles reconversiones. Nuestro camino, desde la salida, era más duro aún si cabe que el de otras tierras. Vivimos sobre turismo y pensiones, mientras seguimos mirando hacia otro lado ante las colas en los bancos de alimentos, a la entrada de las parroquias, en los comedores sociales o a las puertas de la Cruz Roja, la Asociación Leonesa de Caridad o Cáritas.
No sé si se han fijado, pero por nuestras calles deambulan más indigentes cada día, como en Italia. Cada vez más personas se sientan, mirada huidiza hacia el suelo, sobre el pavimento de Ordoño y otras avenidas para justificar su necesidad con un escueto mensaje: español, sin recursos, desahuciado, padre de famila en paro, y un etcétera que encoge el corazón. Tanto que el de muchos ya se secó hace tiempo, dispuestos a ignorar lo que zarandea conciencias. Me pregunto qué pasó por la cabeza del hombre de 57 años que buscó amparo cerca de un garaje de la céntrica calle Quiñones de León, poco antes de morir la semana pasada. Quizás, lo más probable, hace tiempo alguien también miró hacia otro lado y se convirtió en humo para una sociedad perversa.
Tal vez necesitemos alcaldes de Marinaledas, pero también Teresas de Calcuta y sobre todo ciudadanos comprometidos. La luz todavía puede vencer a la oscuridad que nos rodea. No dejemos que muera a la sombra de un portal.