Diario de León

LA 5.ª ESQUINA

Dos bronces y un destino

Publicado por
JESÚS A. COUREL
León

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En la novela Todas las noches amanece , Ramón Carnicer contrapone vida urbana con vida campestre preguntándose, a través del protagonista de la obra, si la cultura es un producto exclusivamente urbano (o sea «que requiere lo urbano para su plena comprensión»), mientras que al campesino le quedan preocupaciones menos etéreas. Decía Ortega que la cultura negaba la naturaleza y «como en el hombre a lo natural le llamamos espontáneo, la cultura es la negación de lo espontáneo». ¿Qué valor tiene convertirse en depósito de saberes, si para hacerles sitio el alma se vacía de humildad y de sentimientos?, se preguntaba Goethe, al final de su vida, cuando tenía claro «que la vida existe simplemente para ser vivida».

Fruto de esa tarumba urbana que es la cultura, surge el deseo de inmortalizar hombres y sucesos en bronces o mármoles, si antes lo hacían para ensalzar a reyes, militares y ángeles caídos, ahora, con aire más populachero, se modelan violeteras, barquilleros y personajes variopintos del cuaderno de viaje de cada urbe. Son figuras realistas de personajes queridos para la gran mayoría, con cuyas biografías escribimos los versos humildes de cada ciudad.

Dos nuevos bronces aparecen en la luctuosa estatuaria de dos ciudades. Ramón Carnicer tendrá busto en Villafranca del Bierzo, su villa natal. Lo pondrán en la plaza de Prim (gobernador de Barcelona en la época de Mariano Cubí), al comienzo de la calle que lleva a los peregrinos a la Plaza Mayor. La imagen del escritor, cuya nobleza supo captar el escultor Amancio González con maestría, dará la bienvenida a las gentes que llegan a la villa, mirando de reojo hacia al castillo donde viven sus amigos Cristóbal Halffter y Marita Caro. Pocos merecerán un recuerdo tan elogioso como Ramón, cuyo monumento por suscripción popular es un homenaje de sus compatriotas, amigos y lectores al intelectual honesto, de carácter noble y con espléndida obra, merecedora sin ninguna duda de estas eternidades mundanas. Un hombre que supo vivir dignamente entre la cultura urbana y el amor a la naturaleza, de la decía que somos beneficiarios y de su degradación inexorables víctimas. Sin embargo, a Carnicer no le gustaría verse convertido en estatua, pues creía que el único destino de estos bronces era ser el retrete de palomas y otras aves urbanas.

En Ponferrada, otra escultura se dedica a Miguel Fustegueras, un ricachón cuya fortuna nace con la desamortización eclesiástica y que, al morir, dejó dinero y fincas para que se hiciera una residencia de ancianos. Dos bronces y un destino, perdurar, aunque con forma y fondo muy diferentes… Había que hacer algo.

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