FRONTERIZOS
Carta sin espera de respuesta
Mi muy estimada Señora, dos puntos. Ignorante como soy de los usos en el trato con vírgenes, santos y demás seres imaginarios del acervo cultural religioso y poco dado al método suplicatorio tradicional de comunicación con el Altísimo, me he decidido a usar este conducto para escribirle, más prosaico pero espero que igual de práctico, en la proximidad de su fiesta.
Aprendí de un poeta de Villafranca la reflexión de Hölderlin y desde entonces sé que todo lo que existe ha sido alguna vez imaginado. En la imaginación de muchas gentes de este lado del Manzanal Usted existe y esa es razón suficiente para tenerla en consideración, por muy descreído que uno sea.
A través de todas esas gentes, la supongo enterada de las últimas novedades en esta comarca circular o región cuadrada de la cual es patrona. Quiero entender que sus fieles la tendrán al día de la desastrosa situación económica por la que atravesamos. La cosa, amable Señora, anda por aquí muy malita. Tanto que las arcas de las administraciones están vacías como cabeza de ministro y, a este paso, cualquier día le van a hacer la ofrenda del 8 de septiembre con vales de Carrefour.
Y ahí quería uno llegar. Es tradición que el día de su fiesta mayor, el mocerío de un municipio berciano se acerque —por riguroso orden alfabético, para evitar las suspicacias a las que tan dados somos por estos lares— hasta su sede basilical a honrarla con presentes de la tierra y otras manifestaciones folclóricas más o menos afortunadas. Nada tiene uno que objetar a esta ancestral costumbre, que le da color popular a la jornada festiva, queda muy bien en las fotos de promoción turística y alegra la caja del honrado gremio de la hostelería, alicaído por la crisis y la broma del IVA.
El problema es que la comitiva, ataviada con sus mejores galas, llega encabezada por el alcalde correspondiente, también elegantemente compuesto, que suele aprovechar micrófonos, cámaras y abundancia de plumillas del día para largarle un rosario de peticiones que haría palidecer al propio ministro de la cosa de hacienda.
Como uno tenía entendido que el hijo de Usted dicen que había dejado dicho que «al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», no acaba uno de entender esa inveterada costumbre nuestra de mezclar las churras de la representación civil con las merinas de la fe religiosa, revoltijo en el que entiendo que es Usted la más perjudicada, obligada como está a soportar una retahíla de reivindicaciones sobre las que dudo que tenga la más mínima posibilidad de intercesión.
Son dudas que a uno le asaltan, que comparte con Usted en esta carta sin espera de respuesta y por la que aprovecho para desearle lo mejor en el día de su fiesta.