CRÓNICAS BERCIANAS
Surcos de alegría
A Emiliano el Galfarrias le han vuelto a ver el pelo últimamente por el bar de la plaza de Villadepalos. Hace ya unos lustros arrampló con todo el capital en cash de su viejo y desfilando marcial entre las hileras de perales y manzanos, que tan cargados de conferencias y reinetas no permitían otear ni un resquicio del horizonte, amaneció borracho en la playa de la Malvarrosa. Con los réditos de las plantaciones de Dehesas compró tres naranjales ni muy cerca ni muy lejos de la costa y comenzó a apilar billetes a un ritmo directamente proporcional al de los ladrillos que iban levantando sus urbanizaciones. Y la fórmula alquímica que empleó se multiplicó por nuevos proyectos de la mano de la varita no tan mágica un bancario que se confundía con un trasunto de Botín. Hasta que la alquimia, que en contra de ciertas leyendas nunca fue capaz de descubrir la aleación áurea, se desvaneció y en el fondo de la marmita el Galfarrias sólo encontró los posos de un suelo pedregoso que no valía ni para sembrar chumberas.
Ahora nos preguntamos que cuándo comenzó el secuestro. En buena medida cuando algún bancario se calzó las bambas sin ningún escrúpulo para asaltar las fincas de frutales del Bierzo Bajo y con la misma suela le plantó un patadón en las muelas a la cultura del sacrificio, convenciendo a los aguerridos agricultores comarcanos, forjados por la peste a gallinaza, los rayos de sol reflejados como ascuas sobre el espejo de agua del canal y doce horas diarias a golpe de picacho o cargados como acémilas con la máquina de sulfatar, con manás inagotables de euros.
Sólo quienes vencieron la tentación y sobrevivieron incluso al oprobio ostentoso de los galfarrias obnubilados parecen ahora felices. Las únicas nuevas alegres en la Costa del Sil corren entre los surcos y repiquetean entre las botellas de Carracedo para Sao Paulo, de Cepas Viejas para Berlín; de Tebaida para Hong Kong, de Losada para Helsinki, de Pittacum para el Burj de Dubai o de Peique para Miami. Sonríe Prada a Tope tras convencer a la petrolera Repsol de que sus mermeladas de cereza y de ciruela son una ambrosía digna de sus estaciones más selectas y se embriaga Isidro el de Casar con sus aventuras de Marco Polo de Valtuille, colocando en Pekín el Nemesio mencía a un pico de dólares. Cada vez más botellas y a mayor precio. Y eso que la concentración parcelaria sigue en el limbo y el Canal se cae a pedazos.