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León

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No todos los capicúas son redondos. El leonés Francisco Fernández, el Tío Quico, ha conseguido uno al morirse con 111 años. Era el hombre más longevo de Europa. Fallecer a los 99 hubiese sido un quiero y no puedo. A los 101, hubiese sido algo así como lograrlo por los pelos. Pero a los 111 es un gran mutis por el foro. Ahora, le toca el descanso eterno, allí donde no hay pensiones, ni de la Seguridad Social ni de las otras. Ojalá nunca llegase a ser consciente de que este verano ardieron nuestros montes, él que trabajó de, entre otros diversos oficios, resinero y tallador de madera. Nunca sabremos cuál es ha sido el secreto de su longevidad, a parte de tener un cromosoma de hierro heredado de algún ancestro, que ayuda pero no garantiza nada. ¿Pero hubo tal secreto? Poseer el anillo único hizo que Bilbo envejeciera mucho más despacio que el resto de los hobbits. Pero nuestro paisano, aunque todo un personaje, era de carne y hueso. Lo suyo ha sido real, aunque terminará siendo leyenda para filandones.

Envejeció rodeado de afecto, esa cachava que ayuda a caminar, único equipaje que dejan pasar por la gran aduana. Cuando nació, en julio de 1901, un hombre con la edad de quien esto escribe, 54 años, ya era considerado un respetable anciano, sólo por el hecho de haberla alcanzado. Un catarro traicionero te llevaba al otro barrio, si no te había llevado antes el dolor de muelas, el duelo por una cupletista, picores cogidos en las colonias o un mal bache en un viaje en diligencia. Sobrevivir a la cotidianidad era un prodigio. Hoy estiramos la vida.

Y qué anhelo tan fatuo ese de no envejecer. El conquistador Ponce de León, quien pese a lo que dice su matrícula había nacido en Valladolid, qué cosas, dedicó los últimos años de su vida a buscar en La Florida la fuente de la eterna juventud, en vez de ponerse en manos de un urólogo o de reservar plaza en una residencia. ¿Y qué pensaba hacer si la encontraba, unos largos? Vanidad de vanidades. ¿Encontró el Tío Quico el elixir secreto de la longevidad? Si así fue no contenía más ingredientes que amor, humor y milagro. Falleció como un joven de 111 años, tras haber logrado un capicúa perfecto: el triple mortal de unos. Y además sin red.