Diario de León
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Los libros de texto son uno de los misterios mejor guardados en esta era moderna de gestión, un secreto inaccesible, una clave bajo siete llaves. Nadie de la consejería que tiene potestad para administrar la educación en León se digna a revelar la combinación. Dónde vive el que decide qué editorial muerde la tarta; por qué esa y no otra; dónde el que define los contenidos; dónde quien ajusta los precios de lujo para un producto de uso común, obligatorio y universal. Lo de gratuito fue para rellenar las disposiciones legislativas al artículo que consagra una enseñanza para todos.

Seguro que al señor consejero le parece bien que una familia leonesa con un hijo de diez años entre en septiembre con una estocada de cincuenta mil pesetas del vellón para cumplir con el sacrosanto deber de escolarizar y educar al retoño; y no es lo más barato. En esta semana de septiembre comienza un calvario desatado de consumismo que llevará a nuestra familia modelo por un rosario de comercios a elegir lapiceros tricolores que acaben en dos, gomas de borrar que no sean circulares, compases con la empuñadura negra (¡siii!, los mismos que el año pasado estaban prohibidos por ley), cartulinas de un calibre superior a los cartones de las cajas de galletas, rotuladores que empiecen por zeta, y cuadernos que agrupen los renglones de tres en tres y no lleven grapa en el medio.

Será un riesgo que deban de correr los papás que el niño luego les salga adicto al merchandising o al comprar por comprar.

Un día vendrá el señor consejero de la educación pública a contarnos la razón por la que el libro de matemáticas de tercero de primaria que este curso cuesta 25 euros (es un decir) se ha quedado trasnochado para que lo use el hermanito del primogénito de nuestra familia tipo con prole en edad de escolarizarse en la próxima remesa. Tardará, porque dar con una respuesta razonable y que satisfaga a las familias cabreadas por el Potosí en el que han convertido la educación va a resultar más complicado que elaborar la fórmula que evite el fracaso escolar.

El salvoconducto de la educación depende de un talón que más de sesentamil familias leonesas deben extender al portador, al sistema voraz que ha prostituido la enseñanza. Se cuantifica la vuelta al cole por el coste de la operación; como si se tratara de las primeras comuniones de mayo.

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