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JOSÉ A. BALBOA DE PAZ
León

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Al morir Felipe II en 1598, su hijo Felipe III encuentra una situación económica desoladora, hasta el punto de que «casi todos los recursos que podía llamar suyos», se habían acabado. Como el fisco del rey no daba más de sí, llegaba la hora de que el reino prestara su auxilium , dice Juan Gelabert en su libro La bolsa del rey. Rey, reino y fisco en Castilla (1598-1648). Se convocaron las cortes. Uno de los presidentes manifestó que «lo que agora se ha de hacer ha de ser fundar un Reyno de manera que lo pueda ser de su Magestad, pues sin hacienda no lo puede ser». En el mismo sentido se pronunció el Consejo de Estado: «sin hazienda no puede hauer Stado». Pero esto no era tan fácil: la ayuda de los súbditos a los reyes no era algo ordinario sino extraordinario; los reyes, se decía entonces, han de «vivir de lo suyo».

La situación, que tenía su origen en un gasto militar insoportable, venía de los juros o títulos de la deuda pública y la dificultad para encontrar quien prestase dinero. Cuando lo hacían los banqueros alemanes o genoveses, lo prestaban con intereses usurarios (los banqueros castellanos habían entrado en quiebra a partir de 1596). La única forma de obtener nuevos recursos fue gravar algunas mercancías, imponer más tributos, emitir moneda de vellón con consecuencias inflacionarias. Pero la situación del país, con una economía en crisis, tampoco daba para más. La «tregua de los doce años» con Holanda dio un pequeño respiro, pero a partir de 1621, ya con Felipe IV, la reanudación de las hostilidades con media Europa obligó al país a un renovado esfuerzo.

La «Unión de armas» con la que Olivares pretendía que los otros reinos colaborasen con el de Castilla en el esfuerzo común, provocó su defección e incluso la independencia de Portugal. Cataluña, siempre tan solidaria, se levantó contra el rey en 1640. Ante el avance de un ejército castellano, los rebeldes se sometieron a la soberanía de Francia. La paz de Westfalia permitió que tropas españolas pudieran entrar en Barcelona en 1652 con el apoyo de muchos catalanes, hastiados de una Francia que sólo los había utilizado contra España, y para la que el Principado no había sido más que una fuente de ingresos fiscales.

Dice Gelabert que Felipe IV se vio obligado a aflojar la presión fiscal para «evitar la pérdida de reynos». Parece que, una vez más, también ahora se trata de la «pela». Artur Mas amenaza al resto de España con la independencia si no se les concede el concierto fiscal. Para lograrlo agita los sentimientos identitarios, como vimos el pasado 11. No creo que sólo fuese una «algarabía», pero como en el siglo XVII, muchos catalanes, que se sienten españoles, saben que fuera de España, como de la Iglesia, no hay salvación. El nacionalismo se nutre de victimismo.