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MANUEL ALCÁNTARA
León

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Hay diversas opiniones, pero la opción es única. El presidente ha venido acariciando la hipótesis de sortear el rescate, del mismo modo que José Tomás ha acariciado la muerte en Nimes, pero con menos garbo.

No sabe si es necesario pedirlo, pero sabe que es imprescindible que nos lo den. Estos estados de oscilación le sientan muy mal a España, que sigue siendo un Estado de derecho, a pesar del zarandeo independentista. En mi terca inocencia pienso que cuando uno no sabe a qué carta quedarse lo mejor es apostar por la Carta Magna.

Incluso para los tahures resulta desconcertante que no estén de acuerdo quienes tienen en sus manos la baraja. Luis de Guindos, que venía advirtiendo del riesgo que corren que se las pelan las prestaciones sociales, se inclina por solicitar ya la intervención del Banco Central Europeo. Piensa que se nos ha hecho tarde y que dejarlo para luego puede ser nunca.

En cambio, su eventual jefe, el dubitativo Rajoy, desea retrasar esa petición en espera de que el enfermo experimente alguna mejoría. No sería la primera vez que un difunto contradice al médico que certificó su óbito y al cura que garantizó que, por su buen comportamiento, el buen Dios lo habría acogido en su innumerable seno. Le pasó a un tabernero de Vallecas que camino del cementerio, a bordo de un ataúd, le pegó una patada a la caja y volvió al mostrador pasado el mal trance.

El legendario Manolo El Pollero y yo íbamos a esa taberna a partir de entonces llamada «El bar del muerto». El hombre, que cómo Lázaro, sobrevivió por nos cuantos años, ponía una galleta encima de la copa, con mucho cuidado y con las mismas manos que estuvieron cruzadas en el pecho.

Me he distraído y se me fue el santo al cielo. ¿Nos rescatan o nos ahogamos?, ¿en qué quedamos? y sobre todo ¿cuántos van a quedar después del naufragio? Navegar es lo que importa. Aunque sea un mar de dudas.