Diario de León
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Episodio en el aeropuerto

Es un hecho conocido que los aeropuertos son fuente diaria de innumerables anécdotas o hechos curiosos que no escapan al atento observador. En una ocasión me encontraba en el aeropuerto de Orly en París. Disponía de algún tiempo hasta la salida de mi vuelo, así que compré un periódico y me senté a leerlo en un asiento circular. No tardé en darme cuenta de que estaba en el punto de cita, o «point de rencontre», en el que solían quedar las personas para después dirigirse juntas a sus ventanillas respectivas. En todo caso aquel día estaba el lugar tranquilo.

Terminé de ojear el periódico y me dediqué a concentrarme en lo que me rodeaba. Uno de los pocos pasatiempos posibles para entretener las esperas de horas en los aeropuertos, consiste precisamente en observar a los ocupados y diligentes pasajeros que con aspectos variopintos van y vienen hacia o desde distintos lugares.

Ante mí tenía una escalera mecánica de doble sentido por la que subían y bajaban personas en un flujo constante. Y allí apareció una pareja de jóvenes enamorados escenificando una despedida dolorosa y que prologaron largos minutos sus efusivas demostraciones ante la escalera ascendente. Ella era guapa, moderna, vestida con elegancia y lucía una minifalda. En su mano llevaba una pequeña maleta de viaje y estaba claro que se resistía a partir. Ambos miraban con insistencia sus relojes y al poco, la joven tomó la escalera y subió renovando sus gestos muy cariñosos de adiós a su joven enamorado, hasta que desapareció en la planta superior. Pensé para mis adentros que cuando el amor es sincero, las despedidas son siempre muy difíciles y torné a ojear de nuevo Le Figaro.

No había transcurrido más de un cuarto de hora desde la escena anterior, cuando veo en el piso de arriba, encarando la escalera de descenso, a la misma joven que había partido 15 minutos antes. Bajaba con la misma maleta en la mano y con la otra, saludaba a alguien que la esperaba al pie del ingenio mecánico. Pero lo más curioso era que se trataba de otro hombre. Éste era un señor impecablemente trajeado, y de más edad, quizás en torno a los 50 como lo delataban su pelo cano y las arrugas que la vida fue dejando en su rostro. Parecía moderadamente contento de ver a la joven, y ésta aparentaba estar contenta con el rencuentro. De nuevo pensé: un padre solícito que sin duda viene a recoger a una hija treintañera al aeropuerto. Más al parecer había marrado mi cálculo: el beso del encuentro fue inequívocamente en los labios y pasaron junto a mí murmurando palabras que sólo las parejas utilizan. La familiaridad que les unía iba mas lejos de la razonable que une a un padre y una hija. Sí, sin duda eran matrimonio. Pero entonces, ¿qué es lo que había visto en la escena anterior? Muy posiblemente la despedida de dos amantes enamorados, y la ficticia historia creada por ellos para hacer creer al marido que su esposa había pasado unos días en un lugar en el que ciertamente nunca había estado, al menos en aquella ocasión.

Había presenciado desde mi asiento una escena muy parecida al comienzo de una película de amor y celos, no sé si comedia o tragedia. Lamento desconocer el final, porque aquel día yo también tenía prisa.

Felipe Fernández de Mata. LEÓN

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