Diario de León
León

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José Rolando —permítame que le diga Roland— tiene nombre de canción francesa, ya saben, ese poema interminable que narra la terrible derrota que sufrieron las huestes carolingias a manos de un puñado de guerreros navarros. No me voy a poner en plan épico, que aquí todo es más aldeano, que más que al sobrino de Carlomagno, José Roland me recuerda a Tarsicio Carballo, el líder berciano, sobre todo por lo de su manía con León. Además, tienen los dos una mirada ausente, de esas que desconciertan, podría decirse que añorante de finalidad.

Y, sin embargo, pues, ya ven, José Roland es leonés, de Ciguera, cerquina de Lois, aunque no lo parezca, que José Roland ya se ha hecho a la vida cortesana y la montaña le queda muy lejos. Pero José Roland está muy bien en su papel de doncel del consejero de las altas torres, y va y exige el cierre del aeropuerto leonés. Esto es más cansino que el bucle de un niño, pero el caso es que no se cansan, y venga, una y otra vez, hasta la eternidad, en una especie de rueda de la idiocia que no acaba nunca. Que sí, que sí, que la nave industrial de Villanubla recibe ¿cuántos? casi ¡medio millón de pasajeros! mientras que León no hace más que cosechar descensos. Mais Roland, il faut déguiser ! hay que tener mayor compostura, y disimular, que nunca debemos olvidar los orígenes, aunque a veces nuestra mirada sea demasiado corta para un horizonte tan largo, aunque más allá de Mayorga los cálculos se hagan en milímetros y no en yardas inglesas. ¡Que sigue habiendo clases, Roland!, aunque creo que las suyas y las nuestras no son las mismas.

Ah, José Roland, —me pongo como Jacques Prévert— que no hay que preocuparse tanto por lo inevitable, que llevarse atracones por la leche derramada no tiene demasiado sentido. Verás, aquí hace ya tiempo que el aeropuerto de León dejó de ser operativo. Fíjese, corría el año 1983, y usted todavía no había soñado con llegar a la capital, y su lontananza llegaba, como mucho, a Riaño, así que no se preocupe tanto, que es como si Carlomagno hubiera reparado en un grupo de chusma navarra, o leonesa en este caso. En la representación épica, José Roland sería más asimilable a Ganelón, pero esa es ya otra historia o, mejor, otra historieta, que aquí hay que llamar a cada cosa por su nombre y esto no es más que una riña de pueblerinos.

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