TRIBUNA
Libertad en León
Digo que hay libertad de paseos, de vacaciones, de saludos y tertulias. Eso es lo que se desprende de las fotografías que se publicaron en el Diario de León del día 2 de septiembre (página 23) en el reportaje de la Fiesta del Dulce de Benavides de Órbigo. Y mira por donde, aparece el ex lendakari del Gobierno vasco departiendo con autoridades provinciales y locales. La noticia dice que «de incógnito». Pero habrá que decir al visitante vasco que en León no hace falta venir de incógnito ni con gafas de sol ni boina, ni capucha, que en esta región española se es libre de patriotas con pistola, que cuando se pasan unos días de asueto en la localidad de Antoñán del Valle no hacen falta escoltas. Que su vida es cuidada con la vigilancia de la Guardia Civil, la sufrida policía que tantas vidas dio en el País Vasco y tantos funerales se celebraron en Euskadi sin la presencia del lendakari. Esta policía es la que ahora vela por su libertad en el Reino de León. Y no se ha de preocupar de su oculto personaje porque ya desde antaño, en los decretos de la Curia de León, se establecía que: «Juré también que ni yo ni otro vaya a la casa de alguno o le haga algún daño en ella o en su heredad».
De tal suerte que sea bien venido que aquí nadie es extranjero, pues es sabido que en su tierra —y mientras fue su regidor— a muchos leoneses se les llamaban «manchurrianos» o «maketos» por parte de la militancia nacionalista en aquella tierra tan hermosa y española. Y no nos preocupa que en su día planteara separarse de España proponiendo el famoso Plan Ibarretxe sobre una autonomía compartida y el derecho de autodeterminación, con una clara violación de la Constitución española. Tampoco nos preocupa que tal propuesta hubiera sido aprobada en el Parlamento vasco, con la alianza de su partido nacionalista y el Sozialista Abertzaleak —herederos de Batasuna— en una conjura tan antiespañola que podría haberse rememorado aquel poema de Gabriel Celaya —por otra parte, poeta tan admirado por mí— que dice: «Ahora España, te llevamos/Tú eres nuestra y por la buenas o las malas te violamos» ( Rapsodia Euskara , 14). Porque lo que pretendía el ex lendakari veraneante era una separación, ni más ni menos, de España, con una propuesta basada en la libre asociación, pretensión de un Estado asimétrico y la creación de un status jurídico en que todas las competencias estarían en manos de las instituciones vascas. La propuesta no pasó el trámite del Parlamento español. No obstante quedó para la historia la iniciativa del Partido Nacionalista Vasco que, bajo la égida de Ibarreche (así, en castellano) asumía los objetivos de Batasuna de separación del Estado español.
Lo que llama la atención de la visita, es el saludo del subdelegado del Gobierno, señor Suárez Quiñones, antaño mMagistrado y, por tanto, miembro del Consejo General del Poder Judicial, olvidando que el asesinato de su compañero José María Lidón a manos de ETA se produjo el día 7 de noviembre del 2001, sin que en al entierro hubiera comparecido el lendakari que, seguramente, vería cargar el féretro detrás de los visillos de la sede el PNV en los jardines de Albia en Bilbao. También se olvidó el ex magistrado que bajo el mandato del nacionalismo vasco, se hizo desaparecer el escudo de España de los folios en que dictan las sentencias los compañeros del señor Suárez. Todo un ejemplo de la simbiosis entre las chaquetas del poder político y el judicial.
Y hablando de poder político, no podía faltar el saludo afectuoso de la alcaldesa de Benavides de Órbigo que —sea del color político que sea— acude a departir con el representante de una ideología que desprecia tanto lo leonés como lo español que, a nuestro entender, son la misma cosa.
No se trata de declarar persona non grata , puesto que no es el estilo de la manera de ser de la universalidad leonesa, sino de no olvidar las traiciones que desde un punto de España se han llevado a cabo bajo el contubernio y la conjura del nacionalismo periférico en sus diversas manifestaciones. Claro que la política, en su versión más pedestre, hace extrañas parejas de cama y, en ocasiones en un totum revolutum , alejados del sentir de la ciudadanía. Nuestros políticos no pueden olvidarse de los paisanos leoneses que emigraron al País vasco —nuestro enlace Matallana-Bilbao— a los que el nacionalismo desprecia o como asevera Jon Juaristi: «para los nacionalistas, ocuparse de los emigrantes siempre ha sido colaboracionismo» ( La tribu atribulada, 87).
Aquí el señor Ibarreche se puede sentir libre de pensar y de pasear. No tiene que mirar para atrás por si le siguen. No tiene que mirar a diario debajo del coche por si hay una bomba lapa. No le hacen falta escoltas que vigilen a los otros nacionalistas. No es necesario vestirse a la manera teatral para que no se le reconozca. El nacionalismo no impregna la vida diaria, los pueblos como el del León no necesitan las casas nacionalistas o batzokis en que se reúnen los del PNV. No necesitamos ser nación porque somos reino. Si se define al nacionalismo como un movimiento ideológico para mantener la unidad de nación y de identidad (Anthony D. Smith); los conmilitones del señor Ibarreche se olvidan que la ideología con los que firmaron el proyecto de secesión ponen por encima del nacionalismo la ideología política de una izquierda decimonónica y que, a la manera de Renan, se alían con el romanticismo de campanario. Me imagino que el periplo por tierras leonesas se rocíe de una baño de libertad y, de paso, se le pegue algo de la universalidad leonesa.