CRÓNICAS BERCIANAS
Definitivamente, al suelo...
P ío Cabanillas padre, que se mantiene como filón inagotable del imaginario político oral en la mejor tradición de la retranca gallega y el seny catalán, hallaría estos días en León la horma ideal para aquella celebérrima advertencia suya: «¡Al suelo, que vienen los nuestros!». Así reptan los populares autóctonos desde que los cerebros que Rajoy ha puesto al timón de algunas naves capitales para el futuro de esta tierra manejan ciertos compromisos con la misma sensibilidad política que un gorila loco en un tienda de cristal de Murano. Primero fue el carbón, luego las infraestructuras... Ahora el último pedrusco en el zapato no sólo del alcalde de Ponferrada, sino en el de los capitostes provinciales del PP y por extensión de la comunidad autónoma, lleva por apellido la secuela de una agresión: Cardenal.
El presidente del Consejo Superior de Deportes, Miguel Cardenal, se ha encargado de cebar las dudas sobre la viabilidad del Mundial del Ciclismo 2014. Y no es que sea yo un gran adalid del efecto paliativo de ese campeonato para la debacle que azota al Bierzo y a su capital. Pero desde el prisma de la resignación con la que la comarca ha acogido los recortes a la minería, el adiós a proyectos como el del AVE o al de la autovía a Orense, la vacilación financiera del Gobierno en torno a la organización resulta la doble guinda al oprobio social y a la supina torpeza política de un PP que crucifica, no se sabe bien aún por cuántas convocatorias electorales, a sus cargos en el Bierzo, en León y en Castilla y León. A este penúltimo conflicto se llega además, de nuevo, desde el desprecio total a la legalidad. El 26 de junio del 2011 el predecesor de Cardenal escribió al presidente de la UCI, Pat Mcquaid, avalando el papel del CSD como «responsable solidario» de los 5 millones que cuesta la licencia sobre los derechos comerciales y deportivos de la cita. ¿Qué mensaje se envía al ciudadano si eso ahora no vale nada?
A Pío Cabanillas le relacionaron también con un supuesto baño en pelotas con Fraga en una desértica playa atlántica. Cuando de repente fueron sorprendidos por una excursión monjil y Fraga se daba a la fuga cubriéndose la entrepierna, Pío le gritaba: «La cara Manolo, hay que taparse la cara». Otra admonición de plena vigencia para algunos jerifaltes políticos que se atrevan a zambullirse en la Costa del Sil.