Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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Como en las peores novelas policiales, el culpable es el mayordomo. Por una vez, las llaves de San Pedro van a utilizarse para abrir los íntimos cerrojos y los miembros del jurado juzgarán la traición de Paolo Gabriele, que ha perdido su magnífico puesto de trabajo y además puede implicar a algunos banqueros que, en palabras suyas, «saben cosas feas del dinero del Vaticano». No deja de ser un récord que no lo mejoran ni Rafles, ni Arsenio Lupin, robar a un Papa. Hasta ahora solo algunos de ellos, en otras épocas, lograron sustraerle, ¿para siempre?, su doctrina a Jesús de Nazaret, y deformarla hábilmente mientras se frotaban las manos, una contra otra con «el invisible jabón de los clérigos».

El llamado Paolo Gabriele afronta un juicio que puede costarle ocho años de cárcel. Ya serán menos. A pesar de sus contagiados modales untuosos, el ex mayordomo de Benedicto XVI debe tener la conciencia más negra que los pulmones de Santiago Carrillo, que acaba de dejar su cuidado entre los cardos de la política olvidado. A semejanza del personaje creado por Wodehouse, también Gabriele se parecía mucho al inimitable Jeeves: era cortés y sutil. Además, lo sabía todo, pero era dueño de sus silencios hasta que la Policía le hizo hablar y hasta cierto punto, porque él puso punto en boca. ¿Actuó solo? ¿Tenía cómplices venerables? La verdad histórica siempre se confunde con algunas mentiras.

La Santa Madre Iglesia siempre ha sabido atravesar algunos siglos malos. No solo ha evitado la quiebra de la divina empresa, sino que jamás se ha visto obligada a establecer un expediente de crisis. Ahora se le presentan varios asuntos arduos, algunos tan vidriosos que no estiman conveniente que entre demasiada luz. La Iglesia australiana pide perdón por más de 600 casos comprobados de pederastia. No pide mil perdones, sino seiscientos. Los contables son exactos y se administran bien.

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