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León

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Ha llegado el otoño. No es estación de jolgorios, sino del ay, mísero de mí, ay infelice . Coges la pluma y puedes escribir los versos más tristes esta noche. Miras al cielo y dirías que van a aparecer los cuatro jinetes del Apocalipsis. Te observas en el espejo y te dan ganas de retirarte la palabra. Es una estación poco zarzuelera. Por ello, dado que no la puedes poner de patitas en la calle, hay que mantenerla a raya, no dejar que te domine el ánimo con su invitación a la tristeza. En otoño, suspiros los justos, pero ni uno más. Ayudaría a lograrlo que la realidad pusiese algo de su parte, claro, pero seamos realistas y no pidamos lo imposible. Habrá quien esgrima que desde que se desencadenó la crisis León vive en un constante otoño de doce meses y 500 noches. Puede ser. Pero dado que no podemos retener en el trastero al verano, ni pedirle a la primavera que venga antes en nuestro auxilio, hay que asumir el calendario, pero sin claudicaciones. El otoño nos puede ganar una batalla, pero no la guerra. ¡A las barricadas!

Por ello, cada lunes y cada jueves, cuando me dispongo a escribir esta columna para ustedes, me someto a un debate previo conmigo mismo para decantarme más que por el tema por el tono en el que abordarla. Finalmente, suele prevalecer la necesidad de echarle humor a este guiso de palabras, porque, en efecto, hay otoños tan largos que comenzaron enero, incluso mucho antes.

Algunos, impacientados por las restricciones en el consumo que conlleva la situación, prefieren evadirse de la realidad fumando porros, pero no los suyos sino los de la vecina. En Navatejera, unos jóvenes —ignoro por qué se da por hecho en las informaciones que lo eran, y no octogenarios, si no han sido detenidos— subieron por una escalera de mano hasta el piso de una mujer, y le sustrajeron tres plantas de marihuana. El asunto quizá no dé para un novelón de quinientas páginas, pero a un columnista, le resuelve el día en este otoño, que ya comenzó hace mucho y del que nada apunta que vaya a concluir cuando dicta el calendario. Luego, respiremos hondo, cojamos fuerzas y no saquemos excesivos paralelismos entre nuestro estado de ánimo y el caer de las hojas en el parque. Todo pasa. Hasta el otoño.

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