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CARLOS CARNICERO
León

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La centrifugadora no para de funcionar. Ahora, a falta de una salida política directa al envite que fue lanzado por CiU, el presidente Artur Mas, en libre ejercicio de sus prerrogativas constitucionales, ha convocado elecciones anticipadas para el próximo 25 de noviembre. Será un último trimestre de infarto. Todavía, sin desojar la margarita del rescate, España se enfrenta a elecciones autonómicas en sus tres comunidades históricas.

El catalán Artur Más quiere capitalizar en las urnas el estallido pacífico de la calle exhibido en la manifestacióin de la Diada. Nada que objetar porque la progresión de la democracia no puede constituirse esencialmente en problema.

Las posiciones de soberanismo en Cataluña no tienen camino ni encaje constitucional. Un fortalecimiento electoral e institucional de CiU le da tiempo para poder calcular los siguientes pasos. Pero dentro de un momento extraordinariamente complicado.

La situación de España empieza a tener un paralelismo histórico con la crisis existencial de 1898. El detonante, entonces, fue la culminación de la debacle imperial. Se perdieron las últimas colonias y la depresión intelectual fue la culminación de una deconstrucción de España.

La pérdida de la autoestima está en el origen de casi todas las depresiones. Ahora nadie quiere arrimarse a esta España que vive una situación realmente decadente. La ha retratado con una cruelísima realidad The New York Times . Españoles rebuscando en los tachos de la basuras. Comedores públicos como en la Gran Depresión.

Y en estas, los soberanistas catalanes aprovechan esta debacle para poder plantear la independencia de esa comunidad autónoma. Tal vez quieren que se reparta la miseria antes de proceder a la secesión.

La locura es tal que pasamos en estos momentos de cuestionar el estado autonómico que fue diseñado con la Constitución a plantear el estado federal. Muchos hablan por no callar. Mal asunto.

En Cataluña todo el mundo está con el pie cambiado excepto CiU. ERC se ha quedado sin discurso. El PSC, prisionero de su historia reciente, no sabe en que muro apoyarse.

Que se pronuncien los ciudadanos, pero acuérdense que la soberanía no está ni en Barcelona ni en Madrid. Ahora somos súbditos de la señora Merkel.

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