Diario de León
Publicado por
MIGUEL PAZ CABANAS
León

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El pasado sábado nos sorprendió un pequeño terremoto en Babia, calificado por el Ministerio de Fomento al día siguiente con un 3,1 en la Escala de Richter, lo que viene a ser un movimiento sísmico perceptible y moderado, que rara vez provoca daños en los edificios. La cosa no pasó de un susto, una sensación como de piedras gigantescas deslizándose atropelladamente debajo de tus pies, que a quien esto escribe le hizo levantarse del sofá donde leía y a los que estaban en el corral subir pensando que se había caído algún mueble. Por lo que sé, otros babianos, haciendo honor a la tierra donde residen, permanecieron inmutables en su silla y ni siquiera se molestaron en salir de la taberna donde jugaban apaciblemente al dominó.

Esto del terremoto me hizo pensar que no dejamos de vivir en un pedazo de roca sumamente inestable, que tan pronto se cuartea como escupe fuego delante de nuestras narices. Un planeta frágil y pequeño que rueda en medio de tinieblas estremecedoras y que seguramente lo hace por pura casualidad. Una partícula, una garrapata microscópica en un universo oscuro y helado donde las estrellas siguen brillando después de muertas. Y abrumado por estas cosas, me vino a la cabeza Catatonia (vaya por Dios, en qué estaría pensando yo, quise decir Catalonia) y me dio por evocar esos afanes nacionalistas que en el mundo han sido y son desde tiempos inmemoriales (incluido el español, el kurdo o el corso… o el que ustedes quieran imaginar), y a medida que cruzaba el pantano de Barrios de Luna, con ese aspecto lunar que también hace pensar en planetas desolados, me asaltaba una idea terca, y a la vez, demoledora: que en este mundo no es posible que quepan más tontos.

Dicho esto, yo no tengo ningún problema en aceptar la independencia de cualquier nación, territorio o comarca que se considere dueña de una identidad colectiva propia, empezando por los omañeses, que seguramente no tengan nada que ver con los sevillanos, y siguiendo con los vascos, cuya forma de servir txikitos tiene una connotación racial que los distingue perfectamente de los habitantes de Teruel. Así las cosas, la única patria que parece quedarles a los jóvenes de este país, es la de la maleta con que se van de España.

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