Diario de León
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Habrá quien piense que el Rastro de León sin voceríos pierde su esencia popular, tanto como un Sálvame sin bulla, pero aquí no se trata de silenciar sino de disminuir el volumen. Precisamente, la supervivencia a lo largo de los siglos de estos mercadillos ambulantes se debe tanto en su capacidad para adaptarse a las ordenanzas vigentes como en su destreza para interpretarlas a su manera.

El nuevo reglamento aprobado por el Ayuntamiento prohíbe «producir ruidos, proferir voces o gritos que interfieran en el normal desarrollo del mercado». La sinfonía seguirá siendo la misma, pero con menos decibelios. «¡Guapa, tengo hoy unas bragas que dan gusto!», anuncia un vendedor a voz en grito desde su puesto, como si se hubiese tragado un bafle. A partir de ahora no se le impide decirlo, pero deberá ofertarlas más bajo, y además entregar después un tique, porque Hacienda somos todos, o casi. Si los emitían los fenicios, y venían de mucho más lejos ¿por qué no va a hacerse en nuestro Rastro?

Ah, el ruido. En Madrid se ha creado una gran polémica en el gremio del taxi por unas pegatinas en las que se prohíbe a los usuarios ventosear dentro del vehículo, con o sin evidencia sonora. Los portavoces del sector han considerado que la ocurrencia da mala imagen y piden que se retiren. Quevedo le dedicó al asunto un célebre poema y Cela los dejaba caer por riguroso orden alfabético, pero como polémica —admitámoslo— carece del calado intelectual de la que mantuvieron Américo Castro y Sánchez Albornoz sobre la esencia de lo español.

En fin, será la crisis. En León, en cambio, las distancias son cortas y da tiempo a retenerlo. Ven, no hay nada como vivir en una ciudad pequeña, alejada del mundanal estruendo y del recochineo acústico. Aquí somos más de mayoría silenciosa, que diría Rajoy.

También cabe que algún ciudadano pregunte al señor alcalde: «Y ya puestos a combatir el ruido, don Emilio, ¿no le podrían aplicar la normativa municipal a mi chaval y su música heavy a todas horas?». Entonces, con la solemnidad que tal la respuesta exige, le aconsejaría: «Para eso, caballero, mejor llame usted al 7º de Caballería, a ver si hay suerte». Y con razón, por mucho menos comenzaron las Guerras Púnicas.

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