Diario de León
Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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Puesto que llevamos demasiado tiempo amaneciendo con un cataclismo detrás de otro, creo que es justo y necesario procurarnos un baño de autoestima que nos alegre un tanto las alicaídas pajarillas. ¿Sabían que, después del Japón, nuestra provincia es el segundo lugar del mundo con más ancianos en su nómina de residentes? Envejecer con dignidad y solvencia es una obra maestra de la naturaleza, aparte de uno de los episodios más peliagudos dentro de lo que genéricamente se conoce como el gran arte de vivir. La vejez bien llevada es una suerte de sacerdocio al que le quedan lejos las preocupaciones por el mañana, jalonado además por una sucesión de años cortos y días largos. Y puesto que no existe una vida que no merezca la pena ser contada, hoy les quiero hablar de doña Marcelina Albuerne, que acaba de cumplir los cien años y por ello precisamente representa a una generación que se encuentra en vías de extinción.

Nació en Cudillero en 1912, el mismo año en que se hundió el Titanic y antes de que la brutalidad despiadada que desató la Primera Guerra Mundial asolara los campos europeos. Fue la mayor de nueve hermanas y en la década de los 20 ya trabajaba en la fábrica de conservas Bravo, donde las más pequeñas se ocupaban de descabezar los bocartes. A lo largo de su centenaria trayectoria las ha pasado de todos los colores, incluyendo crueles guiños del destino como el fallecimiento de su marido el 12 de julio de 1961, debido a la galerna que dejó en el Cantábrico más de ochenta muertos. Doña Marcelina apretó los puños y siguió adelante, afincándose en León a partir de 1966. Y aquí ha llevado a efecto su gran empresa humana, envuelta en una nube de cariño por parte de los suyos. Desbordando orgullo personal y con los cinco sentidos bien dispuestos, la cumpleañera ha ingresado en el club de los 100. Felicidades.

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