LA SEMANA
España: crisis como «muñecas rusas»
No vivimos una crisis sino un sinfín de ellas al mismo tiempo. La sucesión de crisis que azota a España es lo mas parecido a esas muñecas rusas que se abren, aparece otra dentro y así sucesivamente. Todo comenzó a gestarse por la crisis financiera internacional pero pronto se descubrió que dentro anidaba en España una crisis económica muy profunda por el fracaso del modelo productivo. Y el siguiente paso fue poner sobre la mesa una muy seria crisis social. Y después otra de confianza en la recuperación. Abriendo esa crisis para tratar de superarla descubrimos en su interior un despilfarro en el gasto de las administraciones que escondía el fracaso del modelo de organización del Estado, repleto de duplicidades y espesa burocracia. Quien creyera que era el final se equivocaba, porque encerraba un planteamiento de reforma radical en la relación entre Cataluña y España. Es la ultima «muñeca» abierta pero seguro que todavía encontraremos más.
Lo de Cataluña es muy serio y lo peor es que no hay diálogo, ni se detecta voluntad de iniciarlo. En Madrid se habla de aplicar la ley, con todas las consecuencias. En Barcelona se preguntan si no se ha superado ya el punto de no retorno. La extrema derecha mediática desliza alusiones al empleo de la fuerza para impedir una consulta ilegal si llegara a convocarse, que todo apunta a que así se hará. El conseller de Interior Felip Puig, declara que en su caso la policía catalana y los municipales estarán a lo que diga el President de la Generalitat. El ex presidente extremeño Fernández Vara pide que «Cataluña nos devuelva los 150.000 extremeños que viven allí», idea que horroriza sobre todo a esos extremeños que, si están allí, es porque no tenían ningún futuro en su tierra. Cualquier metida de pata desde Madrid, que abundan, se toma en Cataluña como una afrenta más, como la gota que colma el vaso. Pero allí, en un clima de radicalidad creciente, no se cuenta lo que de verdad supondría la independencia: exclusión, al menos por unos años de la Unión Europea, y más pobreza para todos, para Cataluña y lo que quede de España. El profesor Manuel Castells comparte estos datos pero teme lo peor, «un choque de trenes porque el conflicto es emocional y frente a eso no hay espacio para la reflexión racional».
Pocos se atreven a hablar, salvo el editor Lara que ha advertido, dolorido, que si hay independencia, él tendrá que marcharse a Zaragoza, por decir algo. Es la novena empresa catalana en facturación y da empleo a diez mil personas. En privado otros empresarios dicen lo mismo. Un ejecutivo de una multinacional francesa radicada en Barcelona sugiere, si llegara el caso, el traslado de su sede a cualquier ciudad española «porque nosotros queremos estar en España». De cajón. Llegó a tener dos mil empleados, ahora menos por la crisis. Pero aunque hay movimientos de empresarios y financieros que quieren ver a Artur Mas para trasladarle su inquietud, el sentimiento independentista es muy profundo entre la juventud, que ahora sí está dispuesta a votar, incluida la juventud que en su casa habla castellano. En una sociedad de alto fracaso escolar y escasas perspectivas, la independencia se vislumbra como un hipotético bálsamo.
Entretanto, Mas fuerza la máquina porque antes del verano las encuestas le daban diez puntos abajo por el malestar de los recortes y ahora diez puntos arriba con mayoría absoluta asegurada. Y no se habla de recortes. El botín es mayor aún: puede fagocitar parte de Esquerra Republicana y, sobre todo, al Partido Socialista que tenía dos almas y ahora puede perder hasta la mitad del cuerpo. Tiempos difíciles, sobre todo si no se dialoga.