LA LIEBRE
Paisaje velado
Cuando el viento roe las esquineras de las sendas del monte se acuesta el otoño con su manta sobre León. Caen las vacadas de las brañas pacidas y, al atardecer, se velan las matas de los robledales como una foto a contraluz con los pueblos apagados. Una imagen en sepia en la que se adivinan los postigos entornados de las casas en las que los paisanos, superado el veranillo de San Miguel, hacen la maleta para adelantarse una estación al invierno en la ciudad.
Hay lumbre en las cocinas y manos que se animan sobre la chapa en la que saltan las castañas para hacer boca. En los tableros del corredor descansa el rosario de tomates que maduran al solín de mediodía para no helarse en la mata. Y por la calle corre el rumor del tiro de las chimeneas para delatar el humo que se enreda en el crucero del tejado, bajo cuyas tablas late el hogar donde todavía se acantonan los más remisos. Aquellos que aguardarán al Pilar; los que como mucho esperarán a los Santos, pero que con el cementerio limpio de ortigas y honrados los difuntos, después de comer trancarán las contraventanas y echarán la doble llave. Hasta el próximo año, como muy pronto por San José, si viene bueno el tiempo y Dios quiere...
El otoño leonés balancea la esquila de la resignación de una comunidad rural, envejecida y jubilada, que sigue un calendario trasterminante. Paisanos que dejan el pueblo con las hojas de los chopos en el suelo de los sotos y vuelven con los chupones en flor. Una población arrastrada a la ciudad por la concentración de servicios en los núcleos urbanos, como las que hace la Junta adornadas con la pompa de la ordenación territorial; un sector de arraigo condenado por el abandono subliminal de la asistencia a los más pequeños, como demuestra la Diputación Provincial con la merma de los programas de bienestar social. Políticas que hurtan recursos a las zonas históricamente más sacrificadas, sin ninguna vergüenza por subestimar la importancia de un tejido que poco a poco se deshilvana para hacer hueco a la especulación de los terratenientes y los señoritos de salón y fin de semana.
Envueltos en esta canción de hojas vencidas que enciende los zapatos por los caminos, los pueblos leoneses se tienden mansos para recibir el paso del otoño de los recortes. Cuando el cierzo baje a tocar la aldaba de las puertas, ya no quedará nadie que conteste.