Diario de León

FRONTERIZOS

La libertad de los relojes

Publicado por
MIGUEL Á. VARELA
León

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Dicen que anda por Ciudad del Puente un optimista. Nadie lo ha confirmado pero como el hecho tampoco ha sido desmentido, el rumor se transmite a la misma velocidad que las malas noticias. Nadie lo ha visto, pero no se habla de otra cosa en los bares vacíos, ante los tristes escaparates de los comercios cerrados, en la cola funeral de la oficina de empleo. Nadie ha llegado a hablar con él, pero se sabe que pasea silbando por las calles frías de las mañanas jóvenes de otoño y sonríe a los mendigos que arden apoyados en las farolas apagadas.

Anda con un raído ejemplar en el bolsillo de La caza del Snark y, como el capitán de la extravagante expedición cinegética que protagoniza ese extraño poema de Lewis Carroll, piensa que todo lo que diga tres veces es siempre verdad. Por eso, dicen que el optimista va lanzando por las esquinas desahuciadas de la ciudad una letanía de refranes olvidados: nunca llovió que no escampase, Dios aprieta, pero no ahoga y cosas por el estilo.

Vaticina el optimista que pronto aparecerá el dinero necesario para celebrar el Mundial de Ciclismo. Que el Gobierno, y la Junta, y toda esa larga lista de administraciones que velan por nosotros, reparten nuestro dinero y gestionan nuestras deudas, se pondrán rápidamente las pilas para que dentro de un par de años lleguen a Ciudad del Puente deportistas enfundados en maillots que marcan paquete y miles (o millones) de aficionados dispuestos a gastar alegremente. El optimista dice que no será necesario sacar las huchas, como ha propuesto el siempre ocurrente alcalde de Cacabelos, y que la Comarca Circular vivirá un empujón que enderezará sus apagados balances contables.

Pide el optimista que no nos dejemos llevar por la desolación. Cuentan que uno que va para cuatro años en las listas del paro le enseñó la foto de un solar al que le crecían matojos hasta en la escritura de propiedad. Era un polígono industrial en el que ahora pastan unas cabras indiferentes al griterío de los docentes, a la indignación de los sanitarios, a la mendicidad de los artistas, a la sopa aguada de los desempleados. «En la cabra está la solución a nuestros problemas —gritó el optimista—. Ayudemos a la cabra y la cabra nos devolverá el favor. Que se coman las cabras el asfalto de los años buenos y de la tierra crecerán calabazas gigantes». El parado no llegó a escuchar todo el discurso: en la Oficina de Empleo tenía una oferta para un contrato de media hora semanal como pastor.

El optimista, ya digo, es un hombre leído, y anda escribiendo por las paredes una frase que encontró en un cuento de Pereira: «Todo nos lo ha quitado menos la libertad de los relojes». La autoridad competente ya ha tomado las medidas impertinentes.

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