FUEGO AMIGO
El teatro de los sueños
Esta semana de san Froilán, que fue capaz de domesticar al lobo para el trajín de sus transportes, rebrota de nuevo el destino confuso del teatro Emperador, porque los cuartos para su rescate siguen sin aparecer en el proyecto de Presupuestos. En verdad ha vivido una historia desdichada desde su cierre, hace seis años. En 2007 lo compró el municipio, que un año después se lo endosó al ministerio, cuyo anuncio fijó su apertura como Centro Nacional de Artes Escénicas y Músicas Históricas para 2011. Lo único en limpio de estos cinco años ha sido la encomienda de rehabilitación a Peridis y el lavado de cara emprendido con el verano, que hace añorar aún más las maravillosas carteleras de Velasco.
Pero la desdicha no sólo afecta a las postrimerías del Emperador, sino a la historia escénica de León, que es una de las pocas ciudades sin teatros decimonónicos, porque los derribó. Así que hay que cuidar lo que nos queda y procurar que el ministerio no arrumbe al Emperador en el descuido. Esta sala de 1951, a la que puso nombre el poeta Crémer en memoria del séptimo Alfonso de nuestros veinticuatro reyes, abrocha el uso cultural de una parcela urbana que empezó acogiendo en el dieciocho la Real Fábrica de Lencería, junto al hospicio de Fantasmas de invierno (Luis Mateo Díez), y acabó pavimentada de libros, institutos culturales, corcheas, carteros y trazos de Caneja.
El Emperador fue el liceo de las galas de posguerra, hecho con la mira puesta en el Campoamor de Oviedo, entonces capital de las envidias leonesas, nuestro modelo para soñar. Lo extraño es que contando en su diseño con tres arquitectos que no eran inútiles y una parcela propicia, malograra de entrada cualquier aspiración teatral por tacañería escénica. Aunque esta cortedad es muy cazurra. Los arquitectos Manuel y Gonzalo de Cárdenas, padre e hijo, morirían tres años después. El padre, después de haber sembrado León de buena arquitectura, y el hijo, marqués de Prado Ameno, después de transportar al valle de Gordón los formatos arquitectónicos de Guadarrama, como responsable de Regiones Devastadas. Javier Sanz ya estaba en el Catastro de Madrid, muy entretenido con sus acuarelas y el pupilaje de Julio Camba.
Se escatimó en escenario, pero no se ahorró un duro en cortinajes y reposteros, en bronces y brillo de los apliques, en cristal para las lámparas y tampoco en la librea del personal. Se ve que importó más el fulgor de la cáscara que su provecho. ¡Que tiemble Oviedo! El ofertorio del estreno lo hizo Roa Rico y se inauguró con el espectáculo Sueños de Viena. Aunque nadie reparó entonces en que el anónimo pianista de la compañía Los Vieneses era nuestro músico más importante del siglo veinte: el proscrito Evaristo Fernández Blanco.