EN BLANCO
Sí, quiero
¿Ven como casi siempre tengo razón y el resto no suelo estar equivocado? ¿Cuántas veces les he dicho que el amor es ciego, pero que el matrimonio le devuelve la vista? Ahí tienen los datos. La aventura peligrosa y romántica del enamoramiento está de capa caída, pues según fuentes respetables ya se equiparan prácticamente las bodas con el número de separaciones. No son hablillas y murmuraciones, ya que por cada 1,5 enlaces se registra un divorcio en nuestro León que rompe el santo lazo del matrimonio. Aunque estamos en la fase de eliminar hipótesis, es evidente que la seducción hormonal ha pasado al olvido, fruto entre otras circunstancias porque el acercamiento matrimonial, vamos a decirlo en forma suave y a lo clásico, no es más que un estado de imbecilidad transitorio.
Todas estas razones, contundentes por demás, no le han impedido a mi amigo José Carlos tomarse los dichos, o prometerse en otras palabras, con Begoña, una mujer de lujosísima encuadernación. El bodoque, pues, ya está concertado y ahora, una vez perpetrado el crimen, es hora de hacerse unas cuantas reflexiones constructivas. Por ejemplo, que una boda es el único disparate consentido que se hace en público, con la aprobación de ambas familias. O, puestos en lo peor, que en ciertas ocasiones la cadena del matrimonio pesa tanto que se necesitan dos personas para llevarla, aunque muchas veces es preciso que sean tres. Otra cuestión intrigante es la de: ¿por qué nos alegramos en las bodas y lloramos en funerales? Pues porque, seguramente, no somos la persona involucrada. Así que una vez sembrada la cizaña preceptiva, es hora de decir que se me agolpan las emociones ante tan feliz evento. Y espero con ansia un banquete que promete un menú exquisito, regado a caño libre por los más refinados jugos de diversión.