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Publicado por
MIGUEL PAZ CABANAS
León

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No bastaba con que los alemanotes y los fineses nos considerasen un pueblo de mangantes y gandules, para que el que puede llegar a ser el próximo presidente de los Estados Unidos, Mr. Romney, nos ponga como modelo negativo universal en un debate que han debido de seguir millones de personas. Como no podía ser de otra forma, nuestro Ministro de Asuntos Exteriores ha protestado enérgicamente (o al menos, rotundamente), expresando con claridad que el amigo americano no tiene ni zorra idea de lo que dice. No se sabe si la opinión de Romney se ha debido a su credo mormón (de muermo), pero lo curioso del asunto es que, en términos ideológicos, no debería existir tanta diferencia en cómo ven las cosas unos y otros. Para explicarnos, a Mr. Romney le sobra aproximadamente el 42% de su electorado, integrado supuestamente por renegados y vividores, mientras que en España, al paso que vamos, entre parados y emigrantes, tres cuartos de lo mismo. En otras palabras, en ese mundo resplandeciente y neoliberal que nos aguarda al otro lado de la esquina, a poco que seamos un poco más darwinistas y selectivos, sobra la mitad del planeta.

Quienes desde luego sobran en América son los que duermen habitualmente en el trullo, como recordaba recientemente el doctor miembro del Instituto Juan March, Ignacio Torreblanca, citando un escalofriante reportaje del New Yorker: proporcionalmente hablando, la población reclusa de los EE.UU viene a ser cinco veces la que tenemos en nuestro país y, agárrense, once veces la de Noruega. Y otro dato: sumada la población negra en prisión a la que se halla en libertad provisional y vigilada, sale una cifra que supera al número de esclavos que tenían en 1850. De eso, naturalmente, no van a hablar ni Mr. Romney ni Mr. Obama en sus debates televisivos.

Como el otro modelo que viene arreando, el chino, tampoco es para tirar cohetes (en sentido metafórico…en el otro, ya veremos), es para preguntarse realmente a quién desea parecerse Europa y si no ha llegado la hora de conservar ese estado de bienestar social que todos ponen en duda, pero que representa, junto a la cultura clásica y la Ilustración, lo único decente que ha conseguido la raza humana en tantos siglos de incertidumbre.

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